Maslow: Jerarquización de las Necesidades


Con frecuencia, cuando preguntamos a los jóvenes acerca de sus planes y proyectos personales a futuro, suelen responder con una frase que nos puede parecer “trillada”, pero que contiene un profundo sentido de las aspiraciones de todo ser humano: “Quiero ser alguien en la vida”. Con estas sencillas palabras, los jóvenes manifiestan sus ganas de ser cada día mejores, con sueños de realización. Sin duda alguna, -y de ello es testigo la historia de la humanidad-, las sociedades han reconocido (en las últimas décadas con mayor ímpetu) la noción evolucionista de desarrollo, introducida desde el siglo XIX con los aportes naturalistas de Charles Darwin (1809-1882).
      Dentro de esta idea progresista, se introducen en las Ciencias del Comportamiento constructos como: Motivación, Necesidad, Seguridad, Actitud y Valores, bajo la premisa de que el ser humano cambia constantemente respondiendo a su tendencia natural de evolución. Aún cuando las primeras alusiones a la concepción de desarrollo humano son transferidas por explicaciones de origen biológico, muchos teóricos e investigadores modernos optan por presentar modelos universales de proceso para la explicación de la motivación, incluyendo la idea de “expectativa”, como aquella actitud que posee una persona al visualizar y valorar los resultados, generando conductas direccionadas al logro de los mismos. Las teorías que han sido desarrolladas en este campo de la conducta son conocidas como teorías de “path-goal” (Schein, 2000).
      Uno de los teóricos más significativos acerca de las variables motivacionales es el psicólogo clínico Abraham Maslow (1908-1970), reconocido como uno de los fundadores y principales exponentes de la Psicología Humanista norteamericana. En 1954, Maslow postuló su Teoría de las Necesidades, ofreciendo una primera visión sobre este aspecto del comportamiento humano, siendo precursor de importantes teorías de la motivación elaboradas sobre la base de ésta.

     
      La necesidad es, por sí misma, la percepción de carencia, por cuanto nos hacen ver que algo (alguien) nos falta, sentimos el vacío y nos activamos a la búsqueda de la sustitución. Es así como opera nuestro organismo, y es así como Maslow explica que el ser humano se acciona. Supongamos que le hemos preguntado al joven Pedro acerca de sus aspiraciones actuales, apuntando a ese “querer ser alguien”. Su respuesta está seguramente direccionada a su necesidad de encontrarse a gusto entre su grupo de amigos. Según Maslow, el joven Pedro manifiesta su necesidad sentida hacia la pertenencia; en la pirámide que este investigador propone (gráfico anterior), esta necesidad se ubica en el tercer eslabón, lo que presupone que dicho joven ya tiene cubiertas sus necesidades más básicas: alimentación, vestido, seguridad…
      Como vemos en esta sencilla gráfica, Maslow plantea que las necesidades humanas se manifiestan progresivamente para responder a dos dimensiones humanas fundamentales: la supervivencia y el crecimiento. Primeramente, el ser humano requiere mantener cubiertas aquellas necesidades que le son más vitales, sin las que no podría sobrevivir. Las necesidades de orden fisiológico son, pues, las que constituyen el primer eslabón: las necesidades del cuerpo.  Para este prominente investigador, atendidas estas carencias, el ser humano requiere sentirse protegido, seguro. Es por eso que las necesidades dirigidas a obtener seguridad son las de segundo orden, y se manifiestan cubiertas las primeras. 




      De su interesante teoría podríamos rescatar, en primer lugar, la variedad de necesidades y motivaciones que operan en la persona, lo cual ha constituido, como ya se indicó, un importantísimo aporte a los postulados y estudios que se han elaborado o reelaborado en las Ciencias Sociales, específicamente en la Psicología, acerca de las necesidades y la motivación.
       Si bien es cierto que hoy día son muchas las críticas que se le suman a estas prescripciones postuladas por Abraham Maslow, no se ha dejado de reconocer en muchos ámbitos la esclarecedora imagen que nos hace ejercitar la autoconciencia hacia nuestras aspiraciones personales, así como nos evoca la importancia de abordar a nuestros asistidos desde su contexto particular.
     Definitivamente las intervenciones del Orientador de la Conducta son de suma importancia para determinar el punto de partida para el bienestar que los asistidos requieren. La necesidad se convierte así en la “gran presente” cuando abordamos situaciones que requieren de ayuda, confirmando que teorizaciones como éstas pueden iluminar, sin duda, los horizontes hacia programas de intervención debidamente fundamentados según el caso y ampliamente eficientes. 

      Entre muchas otras cosas nos queda apuntar, como seres humanos y como profesionales de la Orientación, hacia la búsqueda de la felicidad integral, y ésta se logra cuando sentimos en nosotros las ansias de autorrealización y trascendencia.  


¡Qué bueno es sentirse "alguien"!
¡Atrévete a más!

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