¡Siembra y confía!

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también: «¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado. (Mc 4, 26-34)

La cotidianidad y la rutina parecen estar peleadas con lo excepcional, con la maravilla y el asombro. Estamos tan malhabituados a la jornada diaria que, lejos de encontrar la grandeza de su novedad, nos pesa y la vamos arrastrando. El día a día lo estamos "sobreviviendo" apesadumbrados, pesimistas y resignados. Es muy cierto que, desde una mirada lógica y racional de la vida (mecanismo al que más solemos acudir para tapar nuestros dolores), la realidad actual nos tiene abrumados y desconcertados, generando en nosotros esa sensación de estar pasando por un túnel oscuro y sin salida o por una historia con capítulos finales catastróficos. 

Ante esta terrible realidad, como lo ha sido en tantos otros momentos de la historia, Dios no ha dejado de entretejer su Plan. Desde una mirada creyente, podríamos también experimentar un momento grandioso, una oportunidad preciosa para volver a lo esencial, a la savia de la vida sin quedarnos en las ramas. Una llamada a buscar en lo profundo y no quedarnos en la orilla, y éste es precisamente el mensaje que el Señor nos quiere regalar en este día. 

¡Siembra, continúa sembrando, haz tu parte... pero basta ya de controles! Suelta de una vez por todas ese afán de buscarle a todo la explicación a tus tiempos, como si todo dependiese de ti. ¡Hey, que no somos dioses! Los tiempos de Dios y sus procesos de crecimiento distan mucho de nuestra manera impaciente de obtener los resultados. Dicho de otro modo: Dios inventó el tiempo, con sus procesos misteriosos; nosotros, en cambio, inventamos los relojes y las prisas. El no obtener los resultados esperados y en un tiempo inmediato es hoy un auténtico drama para quienes vivimos en la era digital, a la pobre medida de lo "fast food", de la inmediatez y lo instantáneo. Por eso nuestras generaciones jóvenes son cada vez menos tolerantes a la frustración, porque no hemos aprendido a postergar ni a saber esperar los tiempos prudentes y convenientes. 

Lo paciente y lo escondido de quien sabe esperar confiado, contemplando cada paso, ése es el único capaz de vivir según el plan que Dios ofrece y regala como un precioso don. Por eso María se convierte para nosotros en referencia segura de fe, porque lo contemplaba todo desde su corazón, en silencio y espera paciente, descubriendo la maravilla de los ritmos de Dios. 

Estas dos parábolas son dos modos concretos que tiene el Señor para hacernos ver, desde la cotidianidad, cómo es el crecimiento misterioso del Reino de Dios, básicamente sugiriéndonos que ése no ha de ser asunto nuestro. Tú, haz tu parte, lo demás déjaselo a Él. La segunda parábola, en cambio, nos advierte que, más allá del ritmo en que crecerá la semilla, que no esperemos que ésta se convierta en un árbol gigante y frondoso, basta con que cumpla su misión de acoger en sus ramas a los pájaros del cielo. Que los resultados que esperas no sean para alimentar tu ego, sino para dar vida. 

Por eso, hoy es bueno preguntarnos si el sueño de Dios, visto desde estas comparaciones, coincide con nuestros anhelos, o más bien queremos seguir controlándolo todo de modo autosuficiente, creyendo que de nosotros depende todo, y con la gran autorreferencialidad de pensar que con nuestras propias fuerzas es posible cambiar este mundo, mi realidad, mi comunidad, mi familia, mi pareja... o a mí mismo. ¡Siembra y confía! En palabras de San Ignacio de Loyola: "Haz las cosas como si todo depende de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios"

Pasa feliz domingo, y disfruta de los ritmos de Dios, aunque no sean los tuyos. 

P. Samuel 

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