"¡No os dejaré huérfanos!"


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros.

No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».

Jn 14, 15-21.

¡Cuántas veces a lo largo de nuestra vida necesitamos escuchar estas palabras de Vida que nos ofrece Jesús! Palabras que son bálsamo para el alma, y que restauran desde dentro todo lo que no es la verdad, todo lo que no es el amor, todo lo que no es Él. Llega un punto en nuestras vidas en que los paños de agua tibia y el andarnos con medias tintas oscurecen nuestra alma sumergiéndonos en la más amarga desesperación que no encuentra salida si no es en Dios y en su Corazón compasivo. 

Vivimos en un mundo tan enquistado en sus medias verdades, en la apariencia de sentido, en la búsqueda exacerbada del propio yo, que hemos perdido el horizonte lúcido del ser criaturas, creyéndonos dueños y señores de la verdad y amos de la razón. Una ciencia, -en potencia hecha para servir al hombre y a la creación- se encuentra ciega en su propio afán de superar al Creador; una política hecha para el bien común, va haciendo añicos cualquier resquicio de honestidad; incluso -y con dolor- algunas consignas religiosas no se desmarcan de tendencias ideológicas de manipulación y silenciamientos de conciencia. ¡Espíritus de la mentira, de la falsedad, de la venganza! 

Sólo el Padre, habitado en el Hijo y a través del Hijo, nos da las pistas de una vida vivida en Espíritu y Verdad, capaz de comprendernos criaturas hechas para adorar y arrodillarnos ante la grandeza del Creador. Sólo el Hijo, Camino-Verdad-Vida, puede ofrecer al mundo al otro Defensor, el Espíritu que todo lo renueva y todo lo habita, cuando damos el paso de sacar a la luz, con franqueza y verdad, toda inmundicia enquistada en la memoria de nuestro ego. Sólo el amor que nos habita podrá resplandecer cuando nuestra herida se airee al viento para ser convertida en la cicatriz redimida que nos hace ser testigos de la Verdad. Y sacar al viento nuestras verdades del alma expone ante Dios la nobleza y semilla de una bondad fundada en el Creador, porque llevamos en nuestros tuétanos los rastros de su Bondad. ¡Basta con admitir, rendir y confiarse en el Padre, al modo del Hijo! Sólo así podrá resurgir en nosotros el Espíritu prometido que nos habita y mora y quiere hacer más plena nuestra vida. 

Feliz semana

P. Samuel 

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