¡Levántate y resplandece!


¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; 
la gloria del Señor amanece sobre ti!
Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, 
pero sobre ti amanecerá el Señor 
y su gloria se verá sobre ti.

Caminarán los pueblos a tu luz, 
los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: 
todos esos se han reunido, vienen hacia ti; 
llegan tus hijos desde lejos, 
a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás y estarás radiante; 
tu corazón se asombrará, se ensanchará, 
porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, 
y a ti llegan las riquezas de los pueblos.

Te cubrirá una multitud de camellos, 
dromedarios de Madián y de Efá. 

Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, 
y proclaman las alabanzas del Señor. (Is 60, 1-6)

Celebramos un día especial para la Iglesia y para esta sociedad, aunque en sentidos muy distintos. Se mantiene una ilusión infantil, bonita aunque insuficiente y superficial. Lejos de caer en una actitud "aguafiestas" y pesimista, sí que es cierto que ha prevalecido un carácter bastante banal de lo que celebramos. El consumismo, el materialismo, la superficialidad; los regalos, los envoltorios, lo "accesorio" han desplazado a la grandeza y profundidad del Misterio que se nos presenta ante nuestros ojos. El sentido profundo de la Epifanía se ha sustituido por la "fábula" de unos personajes mágicos idealizados por su "capacidad financiera" para atender a las demandas del mercado de la infancia. 

¿De quiénes hablamos cuando hablamos de Melchor, Gaspar y Baltasar? ¿Quién es el auténtico protagonista de esta historia? Es responsabilidad de los cristianos el habernos dejado arrebatar el sentido espiritual de esta fiesta, pues hemos dado toda la licencia a esta sociedad actual tan marcada por lo aparente y lo vanidoso, al punto de que es una fiesta ya paganizada. 

No es cuestión de "satanizar" este punto de llegada, no decimos que sea "mala" la ilusión de nuestros niños; sí que hemos de decir que parece insuficiente y que está respondiendo a la pura demanda hedonista sin más. Como pasa con todo el tiempo de Navidad (por algo nos han recomendado llamarle "fiestas", quizás sea hasta más sensato a lo que ven nuestros ojos), hoy el protagonista, Jesús, ha sido completamente desplazado a las cabinas de este gran teatro. ¡Qué curioso que estamos siendo espectadores de un movimiento inverso de la historia original! En lugar de contemplar la maravilla de un Misterio que ilumina toda la realidad humana divinizándola, parece que, al contrario, la profundidad de este Misterio de Revelación de un Dios humanado se ha sustituido por la "autoidolatría" de una humanidad que cree bastarse a sí misma sin contar con la Salvación del Dios que se le revela. 

La grandeza y belleza de la Epifanía que hoy celebramos nos llama a rescatar una actitud contemplativa y creyente de este Misterio de Amor. ¡El mejor "presente" es Dios mismo presente! Hoy, más que nunca, y con mayor razón, cuando estamos viviendo un momento histórico tan particular, parece importante volver a mirar al cielo y dejarnos guiar por la estrella que nos lleva a Belén. La estrella que ilumina nuestra capacidad de asombro ante el Dios hecho Niño, nuestra respuesta creyente y esperanzada de que hemos sido llamados a la Luz admirable que contemplamos en un portal pobre y maloliente. Única Luz capaz de disipar todas las tinieblas de nuestro egoísmo superficial y de nuestras cegueras interiores; única Luz capaz de poner cada cosa en su justo lugar, de ordenar nuestra vida, de reconocer que sólo de rodillas ante nuestro Dios podemos levantarnos con dignidad de hijos muy amados. 

Hoy es un día para reconocer la presencia de Dios en nuestra vida, de descentrar la mirada de nosotros mismos y ponerla en quien puede hacer lo que nosotros, por propias fuerzas y méritos, no podemos. Hoy es el día para "sublevarnos" a nosotros mismos y nuestros ídolos, para rendir nuestra vida al único Rey a quien debemos toda actitud de adoración, y hacerlo poniéndonos en camino. Hoy es el día para movilizarnos en nuestro interior, y para remover todo quiste que nos ancla a nuestras propias apetencias y placeres, para mirar alrededor y ofrecernos a Dios en los demás, reconociendo en todas las criaturas la huella y el rastro indeleble de nuestro Hacedor, que se nos revela para enseñarnos cómo brillar sin deslumbrar. 

Que podamos hoy levantarnos y resplandecer, porque hemos sabido dónde está la Verdad y la Luz de nuestra vida, alzada como el Sol, radiante en el silencio de un oscuro pesebre. Esta paradoja es nuestra Salvación, también hoy, también aquí, también ahora. 

Dios te bendiga, y feliz Epifanía. 

P. Samuel 


Comentarios

  1. Gracias por la reflexión. ¡Feliz Epifanía!

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  2. Desde luego q si es cierto pero es muy bonito este día ver como disfrutan los niños y mayores con este día y también tiene su encanto. Un abrazo muy fuerte Samuel

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