"De la abundancia del corazón..."


En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: 
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? 
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. 
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 
“Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. 
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca». (Lc 6, 39-45)

No es lo mismo ser que parecer, aunque nos hemos malacostumbrado a identificar las apariencias con la realidad. Vivimos en un mundo de máscaras y personajes ficticios con los que buscamos encajar, agradar, ser reconocidos... ¡sobrevivir! 

Las palabras de Jesús hoy nos inducen sabiamente a la interioridad. Pocas cosas aborrece el Señor, pero una de estas cosas sin duda es la falsedad y la hipocresía, ante lo cual reacciona hasta con cierta vehemencia. En su tiempo, al igual que hoy, se vivía de la apariencia y el culto vacío, pero, inevitablemente, el otro nos hace de espejo. El dicho "lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro", nos recuerda la ceguera interior que se evidencia cuando juzgamos mal a los demás. 

En las últimas décadas la neurociencia ha destacado con certeza lo que Jesús ya nos advierte: ¡no es cierto que las palabras se las lleva el viento! Sabemos, aunque no siempre lo practiquemos, que el ser humano se distingue por una inteligencia que es capaz de codificar la realidad a través del lenguaje, y que, por tanto, las palabras no sólo confirman una realidad a modo de consecuencia (o "los frutos", tal y como nos lo narra el evangelio de hoy), sino que la palabra tiene también un poder transformativo. Ya Hipócrates nos advertía que las "palabras sanan", afectan, edifican y destruyen... al punto de generar una modificación en el organismo, tanto de quien la emite como de quien la interpreta. Por ello es tan importante cuidar lo que decimos. Y es que el mismo Dios así nos lo revela. Se comunica como una Palabra viva y con eficacia, creadora, transformadora, amorosa, que inspira amor y lo genera... ¡Palabra que es el mismo Amor! Una Palabra fiel y comprometida, que nos invita hoy a hacer realidad el plan para el que fuimos soñados: ser imágenes de Dios. 

Jesús es Maestro de interioridad que nos invita a mirarnos dentro para poder ampliar así la mirada de la realidad que nos circunda, y valorarla con justicia y verdad a través de nuestras palabras y nuestras obras. Mirar dentro nos unifica y nos despierta. Ya decía el prominente psiquiatra Carl Jung que "quien mira fuera, sueña; quien mira dentro, despierta". Es la experiencia necesaria de tantos hombres y mujeres auténticos e íntegros, que buscan la verdad a veces tímidamente, en lo escondido del corazón, no sólo para corresponder coherentemente, sino para transformar las realidades humanizándolas. 

Jesús hace consistir esta autenticidad en una mirada introspectiva y amable, y en una palabra pronunciada como verdadero fruto de un corazón habitado, que rebosa de gratitud y de amor a la vida, que se descalza silenciosamente ante el hermano, y lo respeta y cuida como "tierra sagrada" que es. Y esta capacidad de mirar sin juzgar nos integra, unifica y edifica por dentro, es decir, nos "cristifica", nos alcanza la paz y la alegría más profundas, los frutos buenos tan esperados. 

Hoy te invito a buscar unos minutos para atender a tu presente, a mirarte dentro y a expresar un gesto positivo a una situación o persona que necesite renovar su amor y su esperanza, sabiendo que lo que digamos no lo haremos por cuenta propia, sino porque el Espíritu de Dios habita en nosotros. ¡Y verás cómo el Señor nos sanará y nos recompensará con paz y alegría de vivir! 

Que el Señor siga acompañando nuestras vidas. 

¡Feliz domingo! 

P. Samuel 

Comentarios