¡Jesús entra!


Cristo, Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.
(Flp 2, 6-11)

Cuando somos esclavos, anhelamos la libertad. Cuando pretendemos ser libres, algo siempre nos amarra a la búsqueda de seguridades. El antiguo pueblo de Israel suplicaba a Dios ser liberados del Faraón y, una vez libres, anhelaban volver al yugo, levantaron becerros de oro y se olvidaron de las proezas hechas por Yahvé a su favor. 

Hoy es un día de paso, en que nos trae cierta reminiscencia la historia de un pueblo insatisfecho y demandante. Hoy Jesús entra a Jerusalén entre vítores y alabanzas, y lo hace queriendo ser discreto. ¡Pero no le dejan! El pueblo espera impaciente la llegada del Mesías liberador que vuelva a cumplir sus promesas como lo hizo en Egipto. Un pueblo que espera la intervención potente de Dios es sorprendido con un hombre sin corona, un Rey sin trono. Se apresuran a tocarlo y se adelantan con olivos y telas coloridas, celebrando que el triunfo de Yahvé está de nuevo cerca. En realidad no se equivocan en esto; pero su concepto de triunfo y de Reino no concuerdan en nada con el triunfo que vendrá con la Resurrección, y el Reino que se inaugura en Dios-con-nosotros, el Enmanuel. 

Resulta curioso el que tanta gente hoy siga negando a Dios en su vida por ideas erróneas sobre lo que Él es. Nos cuesta tanto comprender la lógica de un amor inagotable y extremo hecho mortal y humano, que no se ajusta a nuestros deseos superficiales de felicidad. Lo que no acabamos de reconocer es que, en realidad, nuestro anhelo más hondo, -aquel que nosotros mismos escondemos por miedo o lo evitamos conocer-, está todo dirigido a Dios. Tenemos una profunda necesidad de Dios, un hondo deseo de encontrarnos con la plenitud de su mirada, en quien se cumplen todos los sueños, en quien nada habría ya de buscar, porque solo Él basta. 

Nos sorprende su aparición humilde. Como entra Dios a la historia de nuestro barro con su Encarnación, así hoy quiere entrar a la "Jerusalén" de nuestra vida insatisfecha y a veces deshecha, con paso firme pero cuidadoso, sin imponerse forzosamente, sino con la delicada propuesta de reinar en nuestra vida. Su lógica y la nuestra nos produce un encuentro en dos versiones; en realidad, con su entrada triunfal ocurre un "desencuentro" entre las esperanzas mesiánicas y la realidad del Mesías Salvador. Por eso, su entrada es un instante agridulce, como la vida misma. El pueblo que hoy lo aclama, mañana lo negará. 

Deja que hoy Jesús entre a tu vida, y pídele que lo haga a su modo y no al tuyo. Seguramente, el próximo domingo podrás declararle como tu Rey y tu Señor, si le dejas entrar. ¿Te atreves? 

Feliz domingo de Ramos, feliz inicio de Semana Santa. Te invito a que la vivas personalmente en la oración, y participando en la comunidad. 

Acompañemos a Jesús, y que su Pascua sea la nuestra. 

P. Samuel 


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