¡Esperar activamente!


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. 
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. 
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. 
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. 
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». 

Mt 24, 37-44. 

Por más que vivamos de espaldas al mundo, las cosas no pintan demasiado bien. Vivimos un periodo de la historia complicado, con la impresión de que todo está al revés: una crisis muy profunda de fe y de valores humanos. Ya no creemos en nada ni en nadie. La desconfianza se ha instalado como patrón de supervivencia y el desencanto nos carcome toda ilusión. Mucha oscuridad para iluminarla por nosotros mismos y nuestras propias fuerzas. La realidad nos impulsa casi desesperadamente a la esperanza (¡y no es un simple juego de palabras!)

Comenzamos un nuevo tiempo, y el Adviento irrumpe subversivamente la inercia del pesimismo. Nos ofrece motivos para seguir esperando, aun en medio de las evidentes tinieblas. Dios se nos entrega como promesa de salvación y de vida, como la luz que viene a alumbrar nuestras sombras y a darles sentido. Es el paso de un Dios que viene a desinstalar nuestras conformidades y a regalarnos una paz que no es posible vivir por cuenta propia. 

Ese Dios que interrumpe nuestro sinsentido, llega como brisa suave capaz de sacudir nuestros corazones; llega en el silencio de la noche para hacer resplandecer todo a su paso; llega para restaurar todo remiendo mal hecho después de tantos intentos escondidos entre las falsas promesas. Pero solamente es posible experimentar ese Amor de Dios con una esperanza sobrenatural, que es don y potencia que nos motiva a levantarnos y echar a andar. 

Sin duda que espera y esperanza no son lo mismo. A veces se espera con resignación; a veces vivimos esperando con victimismos, como si el mundo se arregla solo. ¡Y, claro, esas cosas que esperamos no acaban de llegar! Y si llegan, no llegan como nosotros lo queríamos. Crece nuestra frustración y se anidan aún más nuestros miedos. ¡Miedos que son contrarios a la fe!

Esperar con esperanza nos saca de nuestros victimismos y sacude nuestra comodidad. Quien sabe esperar se mantiene en vela, es firme en lo esperado pero no se resigna a dejar que todo llegue sin más. La esperanza se cultiva, como una planta pequeñita que requiere de mimos y constancia. La espera activa nos hace movilizarnos con fe, nos hace confiar contra cualquier desilusión. Por eso, la Esperanza está mucho más allá de nuestros horizontes cerrados y controladores, porque se topa con lo que humanamente nos resulta imposible. Abrirnos a la Esperanza exige dejar que Dios zarandee nuestra vida, nos libere de tanto atasco y podredumbre que nos deja la pasividad y el conformismo que nos resta energia vital y nos hace vivir de la mendicidad. 

Vivír en espera vigilante nos sitúa necesariamente ante la actitud creyente de saber que lo que viene es siempre nuevo y fresco, y eso que viene es Reino de Dios y plenitud. Por eso, quien espera vive con alegría su espera, y busca apasionadamente sin pretender recibir sin dar. 

En este sentido, San Pablo nos invita: "Es hora de espabilarse porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer". Abrir los ojos y mantenerlos abiertos hasta llegar a ver lo deseado. Vigilar en esperanza es estar despiertos ante un mundo que aún no ve la semilla de un Reino que ya está en nosotros y entre nosotros, mientras servimos con alegría, estando a disposición para los demás y abiertos a reconocer la presencia de Dios en la creación y en los hermanos, en la historia, en el aquí y el ahora. Esta llamada a estar alertas no requiere del esfuerzo voluntarioso sino más bien de una actitud ante la vida de cada día, porque la iniciativa es siempre de Dios, y nuestra intervención es siempre secundaria y respuesta al amor recibido. De aquí lo importante de invocar estas próximas semanas con esperanza activa: ¡Ven Señor Jesús! 

Que en el inicio de este tiempo precioso de Adviento podamos crecer en esta esperanza que nace de la fe y nos mueve al amor, para que anunciemos con fuerza y valentía aquello que esperamos. 

¡Feliz Adviento! 

P. Samuel 

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