¡Un Dios Vivo y de vivos!


En aquel tiempo, Jesús, dirigiéndose a los saduceos, que dicen que no hay resurrección, les dijo: 
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. 
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». 
(Lc 20, 27.34-38)

La muerte se torna, tarde o temprano, el último interrogante ante el cual elucubramos... ¡hasta que nos alcanza! Produce estupor, y la solemos mirar de reojo al no tener "evidencias" de la vida resucitada, generando en nosotros una auténtica angustia acerca del inevitable fin de la propia existencia. La única certeza que objetivamente tenemos en la vida es precisamente la muerte y su llegada. Vivirla como tragedia o como paso a la Vida es, ahora, decisión personal de acoger o no el don precioso que Dios nos ha otorgado con la Resurrección, pronunciando la última y definitiva palabra sobre el aparente poder de la muerte. 

Jesús, al responder a los saduceos, saca de debajo de la manga un argumento que constituye el núcleo del antiguo pueblo de Israel: la inseparable y eterna Alianza del Dios Único con los patriarcas, vínculo más fuerte que la muerte. ¡Ese Dios, el de Abrahán, Isaac y Jacob, es un Dios vivo y de vivos! 

Con su presencia, palabras y gestos, Jesús durante su vida, ministerio, pasión y muerte vive y expresa la intimísima experiencia con su Abba, para mostrarnos su rostro y extender hasta nosotros esa misma filiación como hijos en el Hijo. En la Cruz se consuma esta impactante verdad y es a la luz de la fe como podemos hacer cara a la muerte como el comienzo de la plena realización de la Vida. Sin duda que la Cruz sigue siendo hoy escándalo y estupidez para una sociedad que ha perdido el horizonte y que se ha quedado encerrada en su propia actitud de inmanencia. Junto a los grandes avances coexisten de nuevo grandes fracasos de la humanidad. No logramos superarnos a nosotros mismos sin recurrir a la propia destrucción y a la violencia, con una gran incapacidad de tolerancia a la frustración, cerrados a la esperanza y movidos desde la desconfianza, clara evidencia de nuestra gran fragilidad. 

Sin embargo, a pesar de este cuadro no muy alentador, sabemos que se esconde el anhelo profundo de permanecer, sin límites de tiempo y con una intuición de eternidad. La fe, como don precioso, es respuesta y cauce para reconocer este anhelo de salvación que buscamos, y es garantía para la esperanza en el amor. Ante el dato de la muerte, la fe otorga sentido, no sólo ante la muerte misma, sino también ante la vida de cada día. ¿Acogemos este don? ¿Cómo testimoniar esta fe? Solamente avivando en nosotros la esperanza en el Dios de la Vida podremos afrontar el presente con alegría y compromiso. ¿Cómo está hoy mi esperanza? Sólo quien vive con esperanza es capaz de ofrecer su propio ser, aún desde la pobreza y la fragilidad, para hacer de éste un mundo mejor, más justo, más humano, más fraterno, y vivir el amor que salva. ¿Cómo estoy viviendo yo ese amor?

Es un día para ponerse delante del Señor y confrontar la propia vida con humildad, con la certeza de que Dios nos ama, llama y acompaña en el camino, porque Él es nuestro Origen, Sentido y Meta. Pon los ojos en Jesús Resucitado, en quien se sella una Alianza nueva y perpetua, porque solamente desde su Pascua podremos comprender la nuestra. 

Feliz domingo 

P. Samuel 

Comentarios

  1. Love this so much:
    It is a day to stand before the Lord and confront one's own life with humility, with the certainty that God loves us, calls us and accompanies us along the way, because He is our Origin, Meaning and Goal.

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