¡Alegraos!

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: 

«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». 

Jesús les respondió: 

«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: 
los ciegos ven y los cojos andan; 
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; 
los muertos resucitan 
y los pobres son evangelizados. 
¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: 

«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? 

Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: 

“Yo envío a mi mensajero delante de ti, 
el cual preparará tu camino ante ti”. 

En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».

Mt 11, 2-11.

En este mundo actual en que vivimos, tan lleno de increencias y desconfianza, nos parece ya habitual la duda. Parece que, con Descartes, la duda se ha instalado ya en nosotros como "sistema". Con esa actitud permanente de sospecha vivimos, atrapados en la cárcel del prejuicio y los "clichés". Nos encantan las etiquetas y rechazamos cualquier cambio, por muy favorable que sea. Así vivimos más cómodos e instalados en "lo dado", y nos preocupamos menos en buscar o esperar. 

El tiempo de Adviento nos invita a favorecer en nosotros, cristianos, una actitud que debiera de ser una constante: la apertura a la novedad. Parece que este tiempo precioso nos zarandea (o al menos nos invita a movernos), nos despierta de nuestros letargos y nos invita a espabilar. El problema no es la duda ("la fe sin duda es una fe dudosa", decía el gran Chesterton). Lo que sí que es definitivo es la increencia y la pasividad en la búsqueda. Es mucho más loable quien busca incesantemente, aún entre las dudas, que quien se instala en un sistema de "creencias" inamovibles desde el cual pretende juzgar al mundo. La pregunta que Juan formula desde la cárcel no es la del incrédulo sino la del buscador. Aún cuando pudo haber dudado, no cesaba en su inquietud apasionada por la llegada del Mesías Libertador. Ante nuestras situaciones esclavizantes, ante nuestras propias prisiones; ante la enfermedad, el mal, el pecado e incluso la muerte, ¿cómo formulo yo la pregunta: con actitud de una fe inquieta o como simple incrédulo? ¿Mi duda me lleva a la confianza o me encierra en la resignación y la desesperanza? 

Hoy, tercer domingo de Adviento, hacemos un importante descanso en medio del camino con un aire de regocijo y celebración. Sólo quien espera activamente es capaz de vivir con una alegría interna y externa que posibilita el cambio a mejor en un mundo que mira el cambio como permanente amenaza y no como posibilidad de liberación, de reconciliación y de renovación. Es difícil vivir con esperanza en un mundo tan complicado, pero es todavía más difícil ser cristianos creíbles si no transmitimos la alegría de haber sido tocados por Jesús y su Buena Noticia de Salvación. Vivir como creyentes "incrédulos" es la gran tentaciòn de nuestros días. ¿Vivo mi fe con esperanza y alegría? 

¡Feliz domingo de la alegría!

P. Samuel 

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