¡La ruta de la felicidad!



En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:

«Bienaventurados los pobres en el espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos. 

Bienaventurados los mansos, 
porque ellos heredarán la tierra. 

Bienaventurados los que lloran, 
porque ellos serán consolados. 

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, 
porque ellos quedarán saciados. 

Bienaventurados los misericordiosos, 
porque ellos alcanzarán misericordia. 

Bienaventurados los limpios de corazón, 
porque ellos verán a Dios. 

Bienaventurados los que trabajan por la paz, 
porque ellos serán llamados hijos de Dios. 

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, 
porque de ellos es el reino de los cielos. 

Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Mt 5, 1-12 

En un mundo tan inmediatista y calculador, que incluso después de una pandemia sigue pensando en una falsa omnipotencia, parece que todo lo que huela a trascendencia es rechazado y visto como inútil, pues no nos reporta nada al bolsillo ni a la "formación técnica" que se nos exige. Si te apetece complacer tus ansias de tener y de placer, basta con un clic para que te llegue de inmediato a casa. Y así estamos educando a las nuevas generaciones, a que los perdedores no merecen nada, a que la muerte nunca llega, a que no importa a cuántos te lleves por delante, "¡tú, sé feliz!". 

Nos hemos construido ideas de una felicidad sólo vista en los anuncios publicitarios de las mejores marcas, y esa es la "pseudofelicidad" por la que apostamos, aunque sea por pura vanidad y sin una cuota de compromiso ni de responsabilidad, mucho menos de sacrificio. Hemos comprado la moto del "¡tú puedes ganar sin luchar!", y parece que este mundo ruin es sólo de los oportunistas. 

Con este panorama, escuchamos el susurro de las Bienaventuranzas y nos resultan frases muy contrarias y, por ello, nada atractivas; frases disruptivas y desafiantes, muy alejadas de las aparentes aspiraciones que buscamos tan envueltas de ambiciones y de un hambre voraz por poseer. 

Sin fe, este discurso seguirá siendo un cuerpo de ideas para perdedores. Con fe, estas palabras calarán en lo más profundo como un bálsamo de esperanza. Lo curioso es que, tarde o temprano, nos toparemos con el sueño para el que hemos sido creados; sueño realizado o sin realizar, pues es ésa la tarea que se nos encomienda; tarea que muchas veces no alcanzamos a reconocer a lo largo de la vida. 

Pero este dato de la felicidad no es poesía. Todos sin excepción tenemos una sed permanente de más, una necesidad constante de apuntar a la felicidad como un estado deseado. A muchos nos pasa que buscamos en lugares y situaciones equivocadas que luego nos alejan del anhelo inicial. Vamos y volvemos, nos encontramos y nos desencontramos permanentemente; vamos degustando de a ratos esa felicidad, y tal tensión nos mantiene en esperanza; pero en otros momentos, esos instantes no son suficientes y es entonces cuando vemos el vaso "medio vacío". 

Cierto es que las Bienaventuranzas no responden a las ofertas y recetas que hoy muchos nos ofrecen como el remedio definitivo para alcanzar un  bienestar revestido de "empoderamiento", "éxito", "prosperidad", "equilibrio interior" o "efectividad". Por el contrario, vienen a escandalizar a los incrédulos y a desafiar a los prepotentes. Pero este programa de felicidad también es Buena Noticia para quienes se reconocen necesitados, para quienes han abrazado su propia impotencia: rostros de los rechazados por condición, raza o credo; rostros perseguidos por buscar la paz y la justicia; rostros de los rotos, disminuidos, débiles y vulnerables. ¡Tantos rostros cuantas personas somos en el mundo! Acoger o no este programa es ya cuestión de aceptar en conciencia el regalo de la fe y ponerlo por obra, dejando a Dios que nos vaya moldeando a su modo y pidiendo la Gracia de comprender la grandeza de este don. 

Viene bien el que retomemos esta semana que comenzamos cada uno de los enunciados pronunciados por Jesús, y confrontar nuestra jornada diaria a la luz de esta propuesta que es -o debe ser- para el cristiano, la carta de identidad y la verdadera ruta de la felicidad. 

¡Feliz semana!

P. Samuel 

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