"¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!"


Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 

Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. 

Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. 

Jesús les dijo enseguida: 

«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».

Pedro le contestó: 

«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». 

Él le dijo: 

«Ven». 

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: 

«Señor, sálvame». 

Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: 

«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?». 

En cuanto subieron a la barca amainó el viento. 

Los de la barca se postraron ante él diciendo: 

«Realmente eres Hijo de Dios».

Mt 24, 22-33.

La llamada insistente que nos hace Jesús para seguirle pide de nosotros una actitud de apertura y salida de nosotros mismos, de nuestros modos y categorías tan instalados y que creemos inamovibles y absolutos. Si de algo Jesús no es amigo es de las soberbias escondidas entre falsas imágenes de Dios, los ensimismamientos egoístas y el afán de querer controlarlo todo. 

Luego de haber atendido a la gente, Jesús se retira en soledad. Necesita llevar ante el Padre su propia vida y la de todos; necesita dejarse acariciar por su ternura y su amor intimísimo. Necesita discernir en su presencia los "cómo" y los "hacia dónde" de su camino itinerante. Así, nos da una primera clave: toda vida interior auténtica basada en el seguimiento de Cristo requiere de una profunda relación íntima con el Padre, que supone silencios, tiempos concretos, actitud orante, contemplación y Adoración. ¡Esa es la Fuente! Si no buscamos beber, difícilmente podremos transformar el corazón hacia la verdadera Caridad que nos viene de Dios. 

Jesús, luego de enviarlos adelante, se acerca a la barca y camina sobre el mar. Quedarnos en lo extraordinario de este hecho sería hacer una lectura muy superficial de un encuentro realmente maravilloso. Lo extraordinario está en que Jesús se hace presente a veces sacándonos de nuestros esquemas conocidos y de nuestros estrechos modos de contemplarlo. Pareciera que es sólo a nuestra forma y manera como debiese Él manifestarse, cerrando cualquier posibilidad de reconocerlo fuera de nuestras categorías. ¡Es, por así decirlo, un frecuente modo de vivir la ceguera espiritual! Así, nos ofrece una segunda clave: Jesús nos llama a dejarnos sorprender por su presencia. Cuando las cosas no son como queremos o creemos que deban ser; cuando las circunstancias salen de nuestra capacidad personal de llevar el control; cuando vemos que no teníamos la razón como hasta ahora lo pensábamos, y erramos... O simplemente cuando la vida nos cambia repentinamente la trama que vivíamos, para bien o para mal... ¡Comenzamos a ver fantasmas! Distorsionamos muchas veces la realidad por miedo a encararla o a sentirnos abandonados! Y resulta que ahí está Él, pasando por tu vida, acercándose cada vez más para ofrecer su "mano poderosa y su brazo extendido". ¡Es Él! Aunque no esté presente como lo quisiéramos siempre, aunque a veces creamos que juega al escondite, a pesar de que descartamos su presencia en nosotros por creernos indignos. Es Él quien sostiene y nos da el ánimo cuando nos vamos hundiendo entre las olas de la adversidad, quien nos impulsa a mirar la vida con mayor confianza y alegría. A veces no lo reconocemos, confundiéndolo con nuestras propias fuerzas, pero sabes muy bien que en muchas ocasiones tales fuerzas no vienen de ti, porque es Él en ti. 

Tercera clave: Jesús cuenta contigo por encima de tus miedos. Como a sus discípulos, nos sube a la barca. Nos sube a cooperar con Él. No nos deja expectantes en la misión de apaciguar las aguas de la ansiedad y la desesperanza de un mundo desorientado, sino que nos sube a su barca y nos implica, para que continuemos amainando el viento que sacude los cimientos de la fe y la confianza en Dios. Te comparte y confía la misión, y te da sitio para que prosigas el camino, abandones tus viejas amarras, quemes tus barcas y acojas su Plan. Cuenta contigo aunque no cuentes con Él por desconfianza y falta de fe. El miedo sólo es signo de nuestra incapacidad de asombrarnos en el poder de un Dios que supera cualquier imposible y nos hace caminar sobre el mar. Basta con que demos el oportuno salto de confianza, incluso a veces por encima de nuestros vértigos, y el milagro ocurrirá. 

El Señor nos enseñe a alimentar nuestra intimidad con Él y con el Padre, nos ayude a dejarnos conducir por el Espíritu y nos regale el don de saber reconocerle en medio de las tempestades de nuestra vida. 

Feliz domingo, amigos. 

P. Samuel 

Comentarios