¡Sí que cabemos todos, sí!


En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. 

Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: 

«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». 

Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: 

«Atiéndela, que viene detrás gritando». 

Él les contestó: 

«Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». 

Ella se acercó y se postró ante él diciendo: 

«Señor, ayúdame». 

Él le contestó: 

«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos ». 

Pero ella repuso: 

«Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».

Jesús le respondió: 

«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».

En aquel momento quedó curada su hija.

Mt 15, 21-28. 

Hace unos días hemos vivido como Iglesia Universal una de las experiencias más extraordinarias fundadas por San Juan Pablo II y que ocurren cada 3 ó 4 años: la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). En Lisboa, el Papa Francisco nos dirigió unas palabras muy sentidas y cercanas durante la celebración inicial. Con el "todos, todos, todos", Francisco se refería a que en la iglesia nadie sobra y todos (sin excepción alguna ni matiz) tenemos sitio en ella. Y es que parece mentira que aquellas frases se enquistaran en algunos de una forma tan incómoda que saltaron reacciones por doquier, para hacer de "árbitros", para intentar matizar lo que el Papa no matizó, explicar lo que el Papa no explicó, como haciéndose jueces -hoy, en el siglo XXI- de asuntos que Jesús justamente denunció con sus gestos y palabras. Una especie de tendencia neofarisea, que presume de virtud y de intachabilidad arrogante, más que de una defensa auténtica de la vida en Cristo. 

El texto evangélico de hoy da razón de esta esperanza de la cual el Papa Francisco sólo es portavoz. Se trata de una mujer, además cananea. Quienes hemos estudiado algo del contexto judío de la época sabemos lo que ambas etiquetas significaban. Las mujeres no tienen voz, no cuentan en aquel mundo. Es extranjera, no judía. La salvación no era para ella. En fin, con todas las papeletas para el rechazo, con razones de más para "quedar fuera". Pero gritaba, y tan alto, que despertó la insistencia de los apóstoles para que pudiera acercarse y postrarse delante de Él. En esta ocasión, quien no tiene voz derriba los silencios incómodos de la indiferencia y el descarte de los demás, para postrarse, -con humildad y sin ningún afán reivindicativo-, a suplicar sanación. 

El silencio inicial de Jesús, ¿a qué podría sonarnos? Algunos interpretan que Jesús fue tomando paulatinamente mayor consciencia de la universalidad de su Persona y mensaje; por lo cual, la mujer le da una lección magistral que le abre los ojos y le hace caer en la cuenta con mayor plenitud de que Él ha venido para "todos, todos, todos". Otros, podrían interpretar ese breve silencio de Jesús como una prudente espera a que la mujer desplegara en ella toda su fe y su confianza manifestándola a modo de súplica insistente. Lo cierto es que la respuesta a su solicitud es una advertencia a que la identidad de Jesús está en otro redil. Sin embargo, es el don de la fe -dada por el Espíritu Santo a quien Él quiere, sin que llevemos nosotros control de ello; una fe probada y acogida en las palabras de esta mujer,- lo que hace capaz de conmover el corazón de Dios. La humildad al postrarse y la sencillez de una madre dolida y desesperada que se conformaría con las migajas, hacen que Jesús la admire grandemente y le procure con creces lo que pide. 

En el corazón de Dios estamos todos, también aquellos que no imaginamos que deban estar. Sólo un corazón dispuesto y noble que reconoce su vulnerabilidad es el pase que traspasa las entrañas de misericordia del Padre que siempre nos ama y espera. Todo lo demás es absolutamente accesorio, y de lo cual ningún poder humano tiene control ni potestad. Dejar a Dios ser Dios en nuestra vida nos conduce a sentarnos a su mesa y comer de su pan.

Que el Señor nos dé la Gracia de no vivir conformes en nuestro camino de fe, y de insistir en nuestras búsquedas, sin importar quiénes seamos ni de qué estemos hechos, porque en el corazón del Padre siempre estarán impresos nuestros nombres. Y que también comprendamos como Iglesia que la salvación es el sueño de Dios para todos, todos, todos. Si como Iglesia que eres no tienes allí un sueño misionero qué anhelar, entonces, ¿dónde están tus sueños como bautizado? ¿Que "todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad", o sólo algunos?

Que tengas un maravilloso domingo en el Señor. Te abrazo. 

P. Samuel. 



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