Tierra buena para una vida abundante
Confieso mi completa ignorancia por el mundo del campo y sus infinitos detalles, siempre tan envueltos de una gran intuición natural y de sabiduría. Soy de ciudad, ¡qué desgracia! Y lo digo con una gran pena, porque me he perdido una parte importante de la vida.
Sin embargo, aún con esta limitación vital, he crecido en el mundo de la música, muy cerca de la maravilla que nos ofrecen los grandes compositores clásicos y de inicios del Romanticismo. De entre ellos, Beethoven siempre fue mi preferido, y la Sinfonía Pastoral (la "Sexta Sinfonía"), de las más contempladas y disfrutadas desde niño.
Al escucharla, inevitablemente me acerco en mi imaginación al mundo del campo, de lo verde, de los animalitos salvajes y la lluvia con tormentas abundantes. Me encontré siempre como paseando por las verdes praderas, entre coloridas flores y olor a tierra humedecida. Y me imagino que detrás de este fondo primaveral se esconde la vida escondida de un sembrador.
Sembrador con ilusiones, con la esperanza puesta en la tierra fértil, con el deseo inmenso de sentirse en algún momento reconocido en los frutos, y alegre en la cosecha de lo sembrado. Un sembrador que susurra el canto de faena mientras labra, que interviene en los diálogos saltarines de los pajarillos y que habla con los árboles, siempre arraigados en la madurez y experiencia de los años.
Así pienso en nuestro Señor, en nuestro Sembrador, en la semilla de su Palabra regada con esperanza y con fe en la tierra. Un Dios que cree en mí, que cree en ti, que no tiene prejuicios, que riega semillas desaforadamente con una loca confianza. Que me sueña, que te sueña, que espera de nosotros frutos abundantes.
El fondo de la cuestión: ¿qué tipo de tierra soy? O mejor, en el sentido dinámico del gerundio que tan maravillosamente nos regala el castellano: ¿qué tipo de tierra estoy siendo? (Así damos el justo valor que Dios da a la oportunidad nueva e inacabada de la Misericordia). Quizás hoy soy descaradamente sólo piedras, o quizás vivo en la sequedad de lo superficial o en el escondrijo de lo oscuro. Pero, mañana es otro día, y el Sembrador si de algo presume es de paciencia y confianza infinitas. ¡Es como el "defecto" de nuestro Dios!
Al final, y en definitiva, esto de "ir siendo" tierra buena es cuestión de libertad, de esa que nos ha sido regalada con decisión radical y en plena liberalidad divina.
¿Qué tipo de tierra estoy siendo? Es pues una pregunta sin desenlace definitivo, porque tal vez mañana se desate un chaparrón que me haga despertar al sentido de lo infinito, que empape mis sinrazones y que me haga mirar de nuevo, en el horizonte, lo que nuestro Sembrador espera de mí: dar frutos abundantes de vida nueva y siempre renovada, para todos y para la creación entera. Porque Dios no es de tiempos, pero conoce nuestros ritmos, y baila libremente al son de nuestro corazón.
¡Y te espera! ¡Te sigue! ¡Te riega!
Hasta la próxima, siempre caminando contigo mientras cantamos.
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