¡Abrir el oído, salir de nuestros silencios!

En aquel tiempo dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron a un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete». Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7, 31-37)

¡Cuántos pensamientos malsanos socabando nuestro interior! ¡Cuántas palabras no dichas, silencios tormentosos, experiencias acalladas por el miedo, el dolor y la pena...! ¡Tanto sufrimiento a causa de la omisión y el autocastigo, la rigidez autodestructiva, las batallas internas no gestionadas e incontrolables! 

Un viejo refrán dice que "cada cabeza es un mundo", y hay mucha razón en ello. Nuestro mundo interior a veces se encuentra muy lejos de la realidad, a veces con el agravante de tomar como verdad el mundo de las percepciones y el criterio subjetivista que nos aísla aún más de la Verdad. Eso que hoy llamamos "postverdad", y que no es más que la asimilación enfermiza y muchas veces decretada de "verdades falaces" e inventos admitidos, con intenciones oscuras y pretensión de manipulación. ¡Es la enfermedad mental de nuestro tiempo! ¡Es la habitación más clara del mal, el Príncipe de la mentira, en nosotros! Hemos normalizado la oscuridad y los silencios cómplices, amparándonos en el marco ficticio de las libertades individuales y la privacidad. 

Ante estas murallas del aislamiento y el infierno de la soledad, Jesús se compadece. Cuando pasamos por valles oscuros y sombras de muerte dentro de nosotros, cuando vivimos experiencias de dolor o sufrimos la batalla interna de los contrarios, parece que ya no nos queda nada, como si la esperanza acaba aquí. Sólo el grito al cielo, solamente la mirada compasiva de Dios es capaz de soltar las trabas y abrir los oídos, para sacar la podredumbre y dejar entrar en nosotros las melodías más hondas y sanadoras del Amor. Solamente abiertos al Dios de la vida es posible avanzar al horizonte de su Verdad liberadora. Solamente saliendo de nosotros mismos y de nuestra cerrazón enfermiza podremos disponernos a escuchar el susurro de su Palabra viva y eficaz y saldremos de nuestro encierro y  oscuridad. 

Pídele hoy a ese Jesús peregrino y de pies descalzos que con su mano toque todo lo que necesita ser sanado, y abra en nosotros los escondrijos más turbulentos de nuestros silencios. 

Hasta la próxima, queridos caminantes. 

P. Samuel  

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