¡Creer para vivir!

Mis queridos lectores de la "parroquia digital" a la que sirvo cada domingo: 

Aporto poco, pero estoy comprometido con vosotros en compartir mis pobres reflexiones que no pretenden mucho, sólo el que nos tomemos tres minutos cada domingo a intentar actualizar y traer a nuestra cotidianidad la Palabra de Vida que el Señor nos ofrece. 

Cerramos la octava de Pascua con el Domingo de la Divina Misericordia, en el que recordamos el curioso episodio de la aparición a los primeros, entre los cuales aparece Tomás, aquel a quien -tradicional y hasta cierto punto "injustamente"- llamamos el "incrédulo", aunque así le llama el mismo Señor Resucitado. 

Sólo deseo destacar al respecto tres notas importantes de ese momento precioso (puedes leer pinchando Domingo de la Divina Misericordia):

1. Jesús echa fuera el temor: porque el Amor tira fuera el miedo. Jesús se pone en medio y todo cambia. Vivir sin Dios, aunque nos resistimos en aceptarlo, es morir en vida, es sobrevivir sumidos en la oscuridad, la desconfianza y el distanciamiento. La tragedia que vivimos hoy con la pandemia se agudiza aún más cuando dejamos que aflore nuestra falta de fe, aislamiento e indiferencia, y cuando aumenta nuestra indolencia ante el sufrimiento. Su presencia no aparta el dolor, sus llagas permanecen en Él, para que nunca olvidemos que es de Dios de quien surge, nace y renace la vida a pesar de todo pesar. 

2. La Paz es don y tarea de la comunidad: Tomás no cree porque se perdió la primera parte del cuento, no estaba presente cuando sus hermanos le vieron antes. La comunidad nos enseña a creer cuando es comunidad de fe, enraizada en la esperanza y fecunda en el amor. Sólo cuando nos comprometemos por la justicia y la paz nos hacemos signos creíbles de Resurrección para los demás. La Paz que Jesús nos da es el regalo más grande que podemos recibir de Él, pero también es tarea a hacer surgir con actos de entrega incondicional y sentido solidario. 

3. Cree para que vivas: La lógica del "ver para creer" en la que estamos inmersos y habituados nos impide disfrutar de las maravillas de la obra de Dios en nosotros y en la Creación. Andamos tan inseguros y desconfiados de todo, que perseguimos patológicamente la evidencia como argumento de validación y certeza. Pero resulta que la Resurrección nos exige el movimiento inverso: la fe, que además de don de Dios, al recibirla nos da paso a otra forma de mirar la vida y el mundo, nos resucita la esperanza y nos acerca a la vida abundante tan anhelada para nosotros. Es la fe aquella profunda certeza misteriosa que nos lanza al horizonte de la gratitud y la esperanza nueva y renovada. Aunque tengamos que seguir físicamente confinados, la fe es garantía que nos abre el corazón, nos acerca a los demás, nos ilumina la vida y aleja cualquier temor. 

Hoy te invito abrir una pequeña grieta en tu alma, dejarte asombrar por la presencia sutil del Espíritu, dar carta blanca a la vida y volver a confiar. La vida es bella y grande, nadie ha dicho que sea fácil. ¡Inténtalo de nuevo! ¡Confía, y vendrán los milagros! 

Te abrazo con alegría resucitada. 

P. Samuel 

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