Oración de un sarmiento en poda



Amada Vid, Fuente de mi vida, de la que surge mi existencia. Tronco del que brota todo sentido. He vivido tanto tiempo queriendo ser también "una vid", que he perdido grandes ocasiones para dar fruto de acuerdo a tu sueño. 

Me he perdido en el campo de mis propios deseos, arruinando la savia, secando los brotes. He vivido por largos días del espejismo de creerme autosuficiente y fuerte, alimentándome del veneno de mí mismo, con la prepotencia de pretenderme erguido, aun cuando la evidencia de mi debilidad gritaba ante mí con advertencia de mentira. 

Vid verdadera, que contemplo desde abajo y a lo lejos, como escondido entre mis propias sombras, bajo el amparo de una tenue luz que me ofrece la esperanza de reconocer tu Vida en mí, en esta necedad caída y torpe, en esta rama seca y estéril. A Ti te busco aún sin saberlo, a Ti, que arrancas y podas, que recubres de oportunidad mis muchos infortunios. 

Hoy descubro que, sólo unido a Ti, puedo ser, puedo dar, puedo recibir... ¡puedo amar! Tú, Vid Fiel; yo, tu sarmiento inconstante. ¡Y todavía crees en mí! 

Entre mi nada y tu Misericordia se extiende un clamor esperanzado y alegre, como un grito verde y suave que se rinde, que reconoce la impotencia y la debilidad, y que se sabe acogido compasivamente y sin preguntas. Sólo en Ti y contigo tiene sentido el ser y el vivir, el amar y entregarse al fruto; ser fecundo, alimentarse y alimentar con tu savia fresca y vital. Sin Ti nada tengo, nada puedo, nada soy. 

Sigue, Señor, sigue podando, cortando, arrancando de mí lo oscuro y lo seco, aunque grite de dolor y por un momento sienta el vacío de mí mismo. Pódame a tu antojo, quiebra la rigidez de mis juicios, arranca de cuajo y raíz lo instalado en mí, lo podrido y defectuoso de mi ser. Sé Tú en mí, tu savia amorosa fecundando en mis desiertos, tu vida verdadera recorriendo hasta lo íntimo de esta soledad que encubro con mediocridad y desorden. Que pueda dar frutos de alegría y esperanza conforme a tu corazón. 

Y, si en algo puedo servirte, saca de mí lo servible, y echa al fuego el resto. 

¡Hazme permanecer, Señor, hazme renacer! Amén.

Escucha y medita esta canción, de la Vid al sarmiento: Te miré

Te acompaño en el camino. 

P. Samuel 

Comentarios

  1. Preciosa y rica está reflexión y preciosa y rica la canción y ¡Qué bien cantada! por la voz tan bonita y por el sentimiento con que la cantas Samuel. Felicitaciones

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