"¿Qué hacéis ahí plantados...?"


Reconozco que hoy la imagen que ilustra la reflexión no es la más feliz, ni en belleza ni en poesía. Reconozco además que no soy de acompañar mis escritos con imágenes tan crudas y amarillistas, pues soy de los que piensa que no hace falta enterarnos de lo que acontece en el mundo -o en la casa de tu vecino- teniendo que mirar escenas tan desgarradoras, ni diciendo literalmente en una canción lo que se puede decir con los recursos literarios, embellecedores de la lengua. 

En fin, que las cosas pueden decirse de otros modos. Sin embargo, la crudeza de la realidad a veces no halla alternativa metafórica ni posibilidad alguna de ser revestida ni disfrazada con adornos ni accesorios. ¡La realidad es la que es, aunque le pongamos flores! Así de realista es la Ascensión del Señor que hoy contemplamos y celebramos, aunque nos parezca extraño y hasta paradójico decirlo. (Pincha y lee: La Ascensión del Señor)

El relato de ese gran momento de partida por parte del Resucitado nos resulta a veces difícil de comprender con los ojos de la razón, necesita de una mirada distinta, la mirada del corazón, de la fe. Se va para quedarse, como lo revelan los relatos con retazos eucarísticos como el de los Discípulos de Emaús (cuando le reconocieron en el pan, había desaparecido). Así, en su Ascensión, Jesús se despide para poner protagonismo a quien es el protagonista actual de la Iglesia: el Espíritu Santo, el Defensor, el Paráclito. El Resucitado da paso al Amor insuflado que comenzará a actuar en cada creyente, en cada ser humano, en la creación. Ese es el Espíritu enviado para enviarnos, el que nos lanza a vivir a la intemperie de la verdad por muy cruda que ésta sea, para transformar desde dentro todo lo atrofiado, iluminar desde dentro todo lo oscuro, liberar desde dentro toda cautividad. ¡Qué más aterrizada y real es, entonces, la Ascensión del Señor! Es "elevación" desde abajo, es contemplación desde la acción, es consumación del mandato: "Id y haced discípulos..." Es comenzar a reconocernos habitados por el Espíritu, único capaz de hacernos salir y proclamar, contar y cantar la Vida, hacer de la Caridad la más eficiente denuncia de las injusticias, paliar, enjugar, consolar a los leprosos de hoy, los de siempre: migrantes, huérfanos y viudas. 

¿Qué hacemos, entonces, plantados (inertes, parados, indiferentes...) mirando al cielo?... "¡Id y haced...!" ¡Vamos pues, hagamos, vivamos el amor hecho acción! Y esto, hermano mío, hermana mía, no es poesía sino realidad, y a veces de las más crudas. 

Decía Don Bosco: "Camina con los pies en la tierra, pero con la mirada y el corazón en el cielo". ¡Así nos necesita Dios, así nos necesita este mundo! 

P. Samuel 

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