¡Alégrate de todo corazón!

 



Hermanos:

Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos.
Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
(Flp 4, 4-7)

Llegamos al punto culmen del tiempo de Adviento, con una tonalidad festiva que hace de "descanso" en medio de estas semanas de preparación a la Navidad. A este domingo le llamamos "Gaudete" ("Alegraos")

A propósito de las lecturas que nos acompañan en este día, pensaba muy seriamente en un anhelo humano de ahora y de siempre: ¡El deseo de felicidad! Todos hablamos de ello, aunque en realidad a veces no sabemos lo que decimos ni lo que entendemos por ésta, ni mucho menos aquello que verdaderamente nos acercaría a alcanzarla. Buscamos, y sabemos que buscamos; lo que a veces no acertamos es adónde buscamos, hacia dónde dirigimos nuestra radical inquietud por ser felices y plenos. Pruebas de ello tenemos de sobra: el consumismo exacerbado, el afán por acumular cosas, la ansiedad por tenerlo todo asegurado, la necesidad imperiosa por el tener y el placer. Basta con mirar cómo están de  atiborrados los centros comerciales y las tiendas, como si no hubiera un mañana. ¡Y el mercado lo sabe! Por eso están siendo más importantes los "blacks fridays" que el atesorar momentos inolvidables con las personas amadas, o el disfrute de una noche de estrellas, o los detalles tiernos de nuestros ancianos y niños... Parece que la felicidad se nos aparece como espejismos al paso de las tarjetas de crédito o de las prendas de última moda. 

San Pablo en su carta nos invita a estar siempre alegres, pero no con la "alegría chapuza" que nos venden, sino con la alegría que brota de un corazón agradecido por todo lo que tenemos (¡y lo que no!), por todo lo que somos, por lo que vamos descubriendo en el camino de nuestra vida. Tendemos a estar contentos con lo logrado, y nos derrotamos velozmente ante el fracaso, confundiendo la felicidad con un estado emocional placentero que, al ser breve e intenso, se nos va a la primera de cambio... ¡y volvemos a la desidia, a la preocupación y a la inercia!

Sólo quien busca y tiene consciencia de sus búsquedas, puede hacerse preguntas y cuestionarse. El Adviento es un tiempo propicio para ello, cuando comprendemos que la felicidad no es una meta sino una disposición del corazón a la novedad que nos trae la vida, y a la novedad que resulta cuando somos capaces de generar en nosotros un cambio serio de actitud. Si considero que no soy lo feliz que quiero, es hora de comenzar a poner manos a la obra y hacer cosas distintas. No digo nada especial, lo dice la psicología: ¿quieres resultados distintos? Piensa, siente y actúa de manera diferente. 

La conversión de la que habla el precursor del Señor, Juan el Bautista, estaba orientada a preparar nuestro corazón para ser habitado por el que quiere morar en ti y otorgarte la felicidad que Él sueña para ti. Pero el gran y complejo giro está en salir de sí, contrariamente a lo que hoy nos venden en forma de promesa y felicidad. Hay más alegría en dar, y esta certeza requiere de un cambio (a veces brusco) de actitud ante la vida, de la que esperamos a veces de manera pasiva a que todo se resuelva por suerte o por azar. 

¿Cuál es la señal de que estamos comenzando a tocar la felicidad? Cuando comenzamos a sentir en nuestro interior la paz profunda del corazón, donde habitan nuestros sueños, proyectos y esperanzas. Ésa es la "paz de Dios" de la que nos habla San Pablo, y que custodiará nuestros corazones si sabemos esperar activamente reconociendo nuestras búsquedas, con una oración agradecida que pone a la realidad que nos circunda al centro de nuestras súplicas, reconociendo que siempre hay personas, situaciones y circunstancias mucho más adversas de las que a ti o a mí nos tocan vivir. Sólo saliendo de nuestra "cueva" seremos realmente felices. Basta con que nos lo creamos y comencemos a cambiar. 

¡Alégrate, pero con todo el corazón, porque el Señor está cerca! ¡Dirige a Él tus anhelos de felicidad! ¡No pidas sólo para ti, que el mundo clama por tu intercesión, en la oración y en la acción! ¿Quieres que el mundo cambie? Comienza por cambiar tú. 

¡Un feliz domingo de "Gaudete"!

P. Samuel 

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