"¡Un niño nos ha nacido, Un hijo se nos ha dado!" (Is 9,6)


En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo:
«“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”, porque ha visitado y “redimido a su pueblo”, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza” y “el juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”, anunciando a su pueblo la salvación
por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».
(Lc 1, 67-79)

Ha llegado el día: ¡Navidad! Esa palabra que se nos queda en la boca cada vez con mayor resonancia y sabor a recuerdos vividos. Una palabra olvidada y que se nos incita a olvidar. Porque, nos guste o no, Navidad alude a la novedad, a nacimiento, a una nueva vida. Y hoy parece que hablar de la vida es hablar en contrasentido de lo que se lleva. 

La Navidad trae aires esperanzados, necesidad imperiosa de contemplar nuevos brotes, anhelo por una vida más humana, más digna, más justa... ¡más vida! Y esto es Navidad, noticia antigua y nueva de que Dios se hace Niño y nace para ti, y te invita a despertar del letargo de la melancolía, del frío de lo enquistado, del miedo a lo desconocido. Navidad es Dios mismo amando y dejándose amar en la fragilidad de un niño envuelto en pañales, desnudo y hambriento de pan y de paz. Navidad es Jesús, Dios-con-nosotros, el Enmanuel, que no calla porque en Él está todo lo que faltaba por decir. La Palabra se hace niño, habla en el silencio, en la oscuridad y la sencillez. 

La Palabra hoy es silencio, adoración, contemplación de un misterio de Amor desmedido, que, tan lejos de los vínculos del terror y del poder, viene a morar lo vacío y sucio, viene a darnos la Paz, porque Él mismo es la Paz; viene a darnos luz, porque Él mismo es la Luz que ilumina todo sinsentido y toda incandescencia absurda y aparente. 

Hoy nace Dios, y busca ser acogido por ti. Hoy nace Dios y quiere habitar en ti. Hoy nace Dios y quiere decir algo a tu vida, porque se hace uno de nosotros para contarnos muy de cerca que su sueño es contemplarte más de cerca, para que te acerques más a lo soñado. 

Hoy no hay ruidos, ni cenas, ni regalos ni polvorones que puedan entorpecer esa minúscula y tierna mirada a lo escondido en el pesebre húmedo y maloliente. Hoy el silencio podrá más, si dejamos que Dios habite nuestras distracciones y apariencias, para llenarnos de verdad. Hoy lo escondido es Verdad, porque la Verdad nace en lo escondido. Hoy la imponente vanidad no tiene nada más qué contar ante la majestuosidad de lo pequeño. Hoy, todo maquillaje sólo tapa tristezas, hoy toda opulencia sólo lanza alaridos de mentira. 

Por eso, aunque aparentes, opulentos y ruidosos, Dios nacerá y busca posada en nosotros. ¡Y llama a nuestra puerta, y busca encontrarnos! Que no sea tarde cuando decidas abrir el corazón a la noticia que ha salvado al mundo y que esta noche lo hará todo nuevo, si renuevas la conmoción, la ternura y la capacidad de asombro que hay dentro de ti. ¿Te lo vas a perder? ¡El champagne puede esperar un minuto! Sólo mira al cielo, entra dentro, acoge esta gran verdad y pídele que vuelva a darte valor, paz y alegría... ¡una vez más!

¡Feliz y Santa Navidad!

P. Samuel 

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