¡¡¡Dejar a Dios ser Dios!!!



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo, Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis». (Jn 14, 23-29)

Estamos acercándonos a los últimos días de Pascua, que culminarán con la Ascensión del Señor y la efusión de su Espíritu Santo en Pentecostés. Estas palabras de Jesús resuenan como frases de despedida, como quien deja en claro su destino y legado, y manifestando de modo exquisito la Comunión trinitaria, la realidad divina del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. 

A esta relación unitiva entre el Padre y el Hijo tenemos acceso gracias al Misterio de la Encarnación, con la cual el Enmanuel entra a formar parte de nuestra condición humana, para que, por intercambio, podamos participar de esta vida divina como hijos en el Hijo. 

Sí, sé que estarás pensando que no es fácil entender los misterios del Dios uno y trino, pero es cierto que hay algunos textos del Evangelio que nos empujan a razonar un poco más nuestra fe, ¡y no está mal! Es necesario hacerlo, vivir una fe razonada, aunque se nos escape como agua entre los dedos. Lo importante es comprender que, por pura misericordia y locura de amor vivido con radical liberalidad, ese Dios nos ha enviado a su Hijo Jesucristo, quien Resucitado, nos envía al Espíritu Santo como Defensor y Consuelo, como el mismo "Dios en acción", quien nos asiste con aires de Nueva Creación, con libertad y fuerza renovadas, con creatividad y un ímpeto vital incontenible. 

Vivir y reconocer el hecho de que Dios nos habita requiere por parte nuestra una disposición humilde del corazón, el dejarnos renovar por dentro -a veces con radicalidad-; supone el dejarnos hacer de nuevo, como el cacharro torpe y frágil. ¡Y esto, hermano y hermana, no es nada sencillo! Estamos tan "hechos de nosotros mismos", tan hechos de nuestro ego, con tantas pretensiones de autosuficiencia y empoderamiento, que hacemos más caso a las voces del mundo actual que nos prometen la felicidad "en un click" y con envío a domicilio, que a la voz del Espíritu que nos habla -algunas veces en el susurro de los detalles, otras veces en el estruendo de las tragedias y las situaciones tambaleantes-. 

Se trata de una voz que resitúa todo desorden en nuestra vida, que reimpulsa todo nuestro vigor primero, que sana todo lo que lleva en nosotros una carga de enfermedad; que infunde valentía en el miedo, creatividad en la desidia, y fortaleza en la adversidad. Es el Espíritu Santo el Prometido del Padre y del Hijo, el que vendrá en nuestro auxilio (¡y viene cuando le invocamos!) Es Él quien nos lo enseñará todo, quien nos mostrará las nuevas sendas que no se ven, los brotes escondidos a veces entre los sufrimientos y las angustias de cada día. No, no lo vemos claro, pero nos fiamos en que Él viene a rescatar lo perdido y a dar sentido y vitalidad a lo que hasta ahora creemos muerto en nuestra vida y en la vida del mundo. 

Hoy Jesús nos lo dice nuevamente: "¡creed!". Confiarnos, fiarnos en los brazos del Padre, como los niños pequeños y frágiles sin mayor pretensión que el buscar la cercanía y protección de nuestro Dueño. ¿Te cuesta creer? ¡Confía! ¿Te cuesta esperar? ¡Confía! ¿Te cuesta amar? ¡Confía!... Y verás de qué están hechos los milagros. Y los frutos de vida hechos de paz profunda, de alegría, de plenitud de vida y de una esperanza que sigue viva, los verás en tu vida si te arriesgas a vivir en la aventura del Espíritu. ¿Cómo? ¡Dejándote conducir! Tú sabes muy bien de lo que te hablo, las tantas luchas que buscas librar, las tantas resistencias que te impones a ti mismo, la tanta insatisfacción que no te deja ser feliz donde estás. Deja a Dios ser Dios en tu vida. Es más, ¡deja a Dios ser el Dios de tu vida! 

Feliz domingo. 

P. Samuel 







 

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