"¡Mirad cómo se aman!"


Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.
(Jn 13, 34-35)

En plena Pascua, la Palabra nos hace volver de nuevo la mirada al Cenáculo, aquel lugar y aquel día en que se selló el "Amor hasta el extremo" que horas después estaría clavado en una Cruz. En ese contexto, Jesús nos advierte sobre la suerte que correrá, pero no sin ofrecer, también en palabras, lo que hizo presente con su vida: "¡Amaos...!" 

Mandamiento, exigencia, imperativo... el amor en Jesús no es una simple "invitación optativa" para mejor seguirle, ni una propuesta a querernos entre algodones, sin dificultades y con las solas rosas. La vía del amor que Jesús ofrece es exigencia realista de un camino estrecho, con piedras y escombros, con altos y bajos, con detalles tiernos y diferencias entre las personas. Y es que cada día es mayor la frustración ante unas expectativas y deseos no alcanzados cuando, irónicamente, nos seguimos encontrando con los amores ilusos de las series de Netflix y las propagandas del Corte Inglés. Amores "líquidos", siempre condicionados por los gustos y las simpatías, cuando sabemos que la pura realidad nos lanza a los retos cada vez más constantes e inevitables de la aceptación, el reconocimiento de (en y desde) las diferencias; en un mirar más allá de nuestros criterios particulares y puramente subjetivos, conectando desde el corazón, sin ideologías que sesguen o condicionen nuestra capacidad de amar y dejarnos amar. ¡Sí, se dice fácil! Pero es un desafío diario y sólo alcanzable desde lo pequeño. 

"¡Mirad cómo se aman!", frase de Tertuliano que resume las palabras que Jesús hoy nos insta vivir, y nos brindan el testimonio de que, también hoy esto es posible, en un mundo tan medido por la intolerancia, la radicalización de los extremos y el claro énfasis en las diferencias más que en los puntos de unión. Con realismo y sin escandalizarnos por ello, hemos de reconocer con humildad que también entre los cristianos, -habitantes de este mundo,- el amor fraterno sigue siendo una tarea pendiente. No siempre estamos a la altura de ese amor. En muchas ocasiones pretendemos poseer la autoridad moral suficiente para hacer juicios inmerecidos con muy poco de amor. Nos mueve la certeza de que es el Espíritu el que nos sostiene y nos fortalece en nuestras tantas debilidades, nos empuja a pesar de nosotros mismos, y renueva con su fuerza las posibilidades de fraternidad, aunque no veamos tan claros los caminos y andemos a tientas. 

El amor como señal es nuestro mejor marketing; ser signos y portadores de ese amor hecho misericordia, compasión y cercanía es la mejor estrategia, el mejor plan, la mejor táctica. De nada valdría lo que somos, lo que soñamos y lo que hacemos si nos falta el amor; ya nos lo recuerda San Pablo tan bellamente en su carta a la comunidad de Corinto. 

¿Somos conscientes de esta exigencia de la vida cristiana, sin la cual no hay auténtico seguimiento ni fruto que valga? ¿Nos preocupa el ser cristianos creíbles en medio de tanta hostilidad e indolencia? ¿Es el amor la clave de mi encuentro con los otros y la medida de lo que hago con y por los demás? 

Tal vez hoy es un día para reconocer la presencia viva de ese amor de Dios en ti o, por el contrario, la búsqueda y la primacía de otros motivos como el poder, la pretensión de ser intachables ante los demás, o el afán de buscarnos a nosotros mismos, por encima, a pesar (y a veces en nombre) del amor. ¡Mira que a veces en nombre del "amor" cometemos auténticas barbaridades! ¿No lo has pensado? 

Feliz V Domingo de Pascua, caminantes. 

P. Samuel 

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