El Cuerpo de Cristo


En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

Jn 6, 51-58. 

Hastío, desierto, desidia.... experiencias de sinsentido y contradicción enmarcan el límite de nuestra condición humana. En el fondo se trata de un hambre y una sed muy hondas, mucho más que el hambre y la sed material. Es una especie de vacío que, intuimos, es espacio de Dios y para Dios. Cuando no lo sabemos reconocer en nuestra vida ni ponemos nombre, ese hueco es saciado con cualquier sucedaneo, y tendemos a pasar por la vida con autoengaños que nos hacen creer que con estas cosas superfluas nos basta para colmar esta necesidad existencial. Nos llenamos de cosas, de bienes, de afectos, de actividades agendadas... para hartarnos de inmediato de todo aquello que juegue a ser "dios". Pasa a los autollamados "agnósticos", igual que nos pasa con frecuencia también a los creyentes. Lo irónico de esto es que el hambre y la sed siguen estando disfrazadas, solapadas. ¡Pero están! 

El camino de la vida nos exige fuerzas para transitarlo y una capacidad de resistencia permanente. Los sucedáneos sacian la inmediatez y aparentan ofrecernos una vida próspera y plena. Muchos sabemos por experiencia que el no reconocer el hambre del alma nos mantiene en la mentira de las promesas falsas que nos ofrece el mundo: promociones, chollos y mercadillos de cosas que pretenden colmar pero que, lejos de hacernos libres, nos esclavizan y nos hacen depender. ¡Son migajas y charcos!

Una vez más, y como siempre, Dios comprende y responde a esta hambre y a esta sed del ser humano. Por el Hijo comprendemos lo que es el Amor extremo y loco de un Dios que se comunica sin dejarse nada para sí, que traspasa cualquier resquicio de reserva y de ocultismo, aun cuando no deja de ser Misterio insondable. Esa explosión de amor Trinitario llega a nosotros con rostro humano, revelándonos quién es Dios, pero también haciéndonos de espejo sobre quiénes somos nosotros. Y se hace Don que se entrega sin medida, Memorial que se actualiza para perpetuar la entrega, Sacrificio consumado para nuestra redención. El Pan de Vida se hace un Sediento de Amor a ti -y por ti-. Aquel que en la Cruz tiene sed, es quien nos viene a alimentar aquellos espacios donde sólo Él puede habitar. 

Quien acompaña a su Pueblo en medio del desierto ofreciendo el maná del cielo, no sólo provee sino que Él mismo se hace Maná para nutrir nuestros desiertos. Reconocerlo vivo y presente en la Eucaristía necesariamente nos abre al gran Misterio del Amor de Dios, nos sitúa ante la necesidad de permanecer en Él y, misteriosamente, nos abre al Amor fraterno. Contemplar y alimentamos de este Pan que da la Vida activa en nosotros la mirada compasiva por quienes más sufren, por los hambrientos y sedientos del mundo, sobre todo aquellos que aún no le conocen, e incluso aquellos que le niegan. La misericordia es fruto del alimento que es en sí la Misericordia, y esta experiencia inmediatamente nos implica en su Misterio insondable abriendo paso a acoger el mundo en sus oscuridades, hambres y límites. Y es ahí cuando comprendemos cuán potente es este Amor. Amor que nos impulsa a amar; Eucaristía que nos invita a Eucaristizar. Pan que nos hace ser "pan partido" para los demás. Por eso su Cuerpo (Juan le llama Carne, para acentuar el Misterio de su Encarnación), nos hace cuerpo suyo, nos hace ser Iglesia, nos incorpora. 

¿Cómo vivo la Eucaristía? ¿Quiero dejarme afectar por su Presencia Viva y Real? ¿Permanezco en la tarea o desisto con facilidad? 

Feliz día del Corpus, feliz día de la Caridad. 

P. Samuel 

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