"Tanto amó Dios al mundo..."


Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Jn 3, 16-18. 

Hoy es un día especial, día en que contemplamos una potencia de Amor única que nos alcanza, derramándose por pura misericordia sobre la creación entera y, en ella, sobre cada uno de nosotoros personalmente. Dios, que es Comunión de Amor en tres Personas, se nos revela y dona sin reservas; lo sabemos por el Hijo, quien nos lo ha dado a conocer en profundidad, y por el Espíritu quien mora en nosotros y nos posibilita el encuentro con la Trinidad. Por el Bautismo, entramos a formar parte de una Comunión de Amor con Dios, recibiendo la vida trinitaria como don gratuito y al que respondemos cultivando la vida de la Gracia para plenificar en nosotros ese Don recibido. Por ello clamamos al Padre en nombre del Hijo y en el Espíritu; por ello vamos comprendiendo existencialmente las implicaciones que nos llevan a amar en gratuidad a los hermanos y a toda la creación. 

La vida trinitaria, al llegar a nosotros, nos compromete en una fraternidad universal que muchos Santos acabaron encarnando en su seguimiento de Cristo. Fraternidad que brota de la Filiación con Dios, no sólo de la empatía y la solidaridad -a veces vividas de manera fría y calculada-. El amor a los hermanos bulle de inmediato al reconocimiento de un Amor incondicional vivido en la propia existencia, sin muchas explicaciones racionales y con mucho de sentido pleno y total de la vida. Sólo acogiendo la vida trinitaria en nosotros es que podemos creer, esperar y amar a la comunidad humana en su mayor hondura, sin tanta condición ni cálculo, sin tanto "papeleo" ni protocolo. Al final, tal y como lo concluye el gran San Juan Pablo II: "El amor me lo ha explicado todo", porque su radicalidad, lejos de hacer más compleja la existencia, la acoge con sencillez. Por eso la pobreza en Dios es tan amada. 

¿Cómo vivo esta relación con el Dios Uno y Trino? ¿De qué modo concreto lo experimento en mi propia existencia? ¿A qué me compromete como bautizado?... 

En estos días de tanta Gracia para la Iglesia, pídele al Señor que te dé luces para seguir dejando que su derroche de Amor Trinitario te alcance con fuerza. 

Te abrazo. 

P. Samuel 


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