¡Dichosa la música que nos encuentra!


“La música es el acto social de comunicación entre la gente, un gesto de amistad, el más fuerte que hay”.

Malcolm Arnold.

De un modo generalizado, la música representa principalmente un fenómeno social, por cuanto es humana y porque supone una comunicación entre compositor, intérprete y oyente. Así, si la música tiene que ver con la persona individual en su vida social, ya se convierte en un fenómeno de esta especie. “La música establece entre compositor y oyente, entre compositor e intérprete o entre intérprete y oyente (según desde donde se quiere estudiar el fenómeno) una sociabilidad de fuerza dinámica variable”[1].
Dentro de la dimensión grupal y asociativa que ofrece la música, se encuentra como base el proceso continuo de identificación y la vivencia altruista. Es la música la que en muchas ocasiones genera identidad personal y con los otros. No por nada se forman grupos en los cuales el centro o el hecho oficial del vínculo relacional es principalmente la sensación de la música.
La vida de la música señala la existencia fundamental de dos tipos de grupos: los productores y los receptores, aun cuando en muchos casos existen aquellos que cumplen con ambas funciones. La diferencia entre ambos estriba en el interior del grupo: su interdependencia (que parte de la sensación de la música) viene del tipo de actividades en ambos. Pueden llegar a crearse, de este modo, músicos asociados, en el sentido más estrictamente sociológico, definiéndose estos como grupos de personas que persiguen un interés común, sin tener necesariamente un carácter duradero[2]
En fin, la música se manifiesta como elemento socio-cultural de primer orden, dado que tradicionalmente, junto con las demás artes, ha sido considerada como un instrumento al servicio del conocimiento y al desarrollo de la sensibilidad estético-artística, además de erigirse como representante de los rasgos característicos del grupo que la produce o escucha[3]
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Música en grupo: clave de la preventividad

La dimensión grupal de la música en el contexto del Oratorio de Juan Bosco también fue muy tomada en consideración, y una de las evidencias de esto ha sido su afán por la creación de grupos y bandas musicales. Su objetivo al respecto no era sólo el de reunir a los jóvenes con inquietudes musicales, sino que, más allá de ello, su intención orientaba primeramente hacia la preventividad, y así lo experimentó desde muy pequeño. La Sociedad de la Alegría es un ejemplo claro de la preocupación por sus iguales. Es importante resaltar que, entre los muchos valores compartidos en la convivencia sana y alegre de esta agrupación, se encontraba el elemento musical como actividad de tiempo libre; de aquí que su Reglamento tomaba en seria consideración los pasatiempos de la música y del canto, con los cuales se contribuía a estar alegres.
Otra experiencia concreta que dice de su intención con la música se remonta a 1874, cuando Juan Bosco comienza la experiencia de las “bandas cristianas” formadas por los exalumnos del Oratorio, que luego conformaron la famosa “Sociedad Musical”[4].
Un aspecto interesante para el rescate de esta dimensión de la música es su poder de identificación socio-cultural, esto es, por un lado, como elemento motivador que incita a pertenecer a un grupo social determinado, y por el otro, como elemento que refuerza la identidad por una cultura. En este sentido, es importante aclarar que, “si por un lado diferentes grupos sociales poseen diferentes tipos de capital cultural, por otro lado, comparten distintas expectativas culturales; de ahí que se expresen musicalmente de manera diferente”[5].  Como resultado de esto, se tiende a adscribir los determinados gustos musicales a clases sociales y culturas específicas.
Juan Bosco tuvo siempre presente el hecho de que la música era uno de los principales atractivos para que los jóvenes se acercaran y pertenecieran a su obra. “Trataba de incrementar la música, a fin de que sirviera de estímulo a los jóvenes para acudir al Oratorio”[6]. De este modo, se iba creando en los jóvenes un sentido de pertenencia por medio de la música.

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Una experiencia: el grupo en torno a la música y la música en torno al grupo

Toda la vida del joven crece en torno a la música. Con ella se identifica con un grupo, hace grupo. Así, muchas experiencias asociativas tienen en la música una realidad coadyuvante en el crecimiento integral de sus integrantes.
Citando la experiencia de Juan Bosco educador y pastor, -como ya es costumbre hacer-, comparto el ejemplo del hoy denominado Movimiento Juvenil Salesiano (MJS):
Su dinamismo es esencialmente asociativo, donde el estar juntos, sea cual fuere la modalidad y los niveles de vinculación, supone la concreción de las iniciativas juveniles dentro de una espiritualidad concreta: la Espiritualidad Juvenil Salesiana. La música es, sin duda alguna, un elemento de cohesión en el ámbito específico del MJS, de jóvenes, grupos de jóvenes y asociaciones juveniles que vibran con esta manera de vivir la juventud.

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Música es, pues, sinónimo de compartir las inquietudes y las experiencias, es símbolo de encuentro, de sintonía y de amistad. En este sentido, es importante crear espacios de producción y de escucha de músicas y cantos que expresen la espiritualidad que se vive y se comparte. Favoreciendo espacios de participación juvenil en este campo parece de vital importancia para crear un amplio sentido de pertenencia al grupo, porque despierta en los jóvenes la necesidad de vinculación entre grupos y facilita la creación de una sintonía vital.
¡La música nos encuentra!
¡Hasta la próxima!

Samuel Pérez Ayala





[1] KUCHARSKI R., La música, vehículo de expresión cultural, Ministerio de Cultura, Madrid 1980, 26.
[2] Cf. KUCHARSKI R., La música,..., 33.
[3] Cf. LORENZO A., “La música como vivencia de ocio: un camino hacia el desarrollo personal”., 6.
[4] MB XI, 199.
[5] VILA P., “Identidades narrativas y música. Una primera propuesta para entender sus relaciones”, 2.
[6] RIGOLDI M., Don Bosco y la música, CCS, Madrid 1991, 41. 

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