La música: voz del hombre, expresión de los pueblos
"La música es la entrada inmaterial a un mundo de conocimiento más alto que comprende a la humanidad, pero que la humanidad no puede comprender.
Contemplando la realidad dialógica existente entre la música y quienes la vivimos, parece necesario partir del hecho de que la música constituye un fenómeno eminentemente humano. Si bien la naturaleza constituye la principal generadora de los sonidos en las coordenadas espacio-temporales, existe un vínculo esencial entre la música y la persona. Aún más, la música no es algo que se impone a nuestra existencia, sino que constituye el medio a través del cual se puede encontrar en el interior las fuentes de nuestro mismo ser. De este modo, “la música está infinitamente próxima a nosotros, su sustancia es nuestra sustancia, ella vive en nosotros de nuestra propia vida...”[1].
La música refleja el sentir de los pueblos, como una clara expresión de la idiosincrasia, una manifestación antropológico-cultural constante que posee características propias que la hacen expresión de un modo de vida, de una manera concreta de ver el mundo y de pensar, de transmitir los valores propios y las tradiciones de la comunidad. Es así como la música, en sus múltiples y cada vez más amplias manifestaciones en la vida cotidiana del hombre, define cada cultura y cada grupo social.
Se puede decir entonces que "uno de los parámetros socio-culturales de un pueblo es, sin duda, la música. Por ello, ha sido siempre compañera del hombre desde sus albores hasta nuestros días con su presencia casi permanente en nuestra vida cotidiana. La música va directamente ligada a nuestra historia, a la religión, al arte, a la filosofía, a nuestras tradiciones, en definitiva, forma parte inseparable de nuestra cultura"[2].
Sólo poniendo como plataforma al ser humano y su contexto,
es posible concebir el elemento musical desde tres grandes líneas definitorias
complementarias, esto es, que la música pudiese ser vivida como lenguaje, como arte e incluso como ciencia.
La música como lenguaje es, sin duda, una de las presencias
amplias y variadas que configuran la experiencia relacional del ser humano, una
de las más importantes y envolventes. Es un lenguaje que, rompiendo las
barreras del idioma como única forma de comunicación, se ofrece como uno de los
ámbitos de expresión más abiertos, más libres y más sugerentes. La música es,
pues, un lenguaje lleno de una expresividad que, “superando los niveles
puramente racionalistas de la comunicación y al margen o por encima de unos
contenidos concretos y objetivistas, se nos ofrece como vida y experiencia
confidenciada a niveles profundamente sensitivos”[3]·
La palabra “música” deriva de “musa”, nombre que se daba a
las nueve divinidades de la mitología griega que protegían las artes. Son estas
artes, específicamente la música, las que
ofrecen al ser humano muchas oportunidades para desarrollar y expresar las
emociones y sentimientos de un modo constructivo, en potencia[4].
Como ciencia, la música ha sido
atribuida primeramente por Pitágoras con la teoría de que el Universo y la
música son regidas por leyes de orden matemático. Esta idea llega a infiltrarse
dentro de la filosofía contemporánea con Schopenhauer, quien asume que el mundo
no es más que una música realizada, considerándola como la más metafísica de
las bellas artes[5].
Sin hacer un profundo análisis
de la influencia directa de la música en la vida del ser humano, según los
filósofos de la educación, ésta contribuye de forma importante al desarrollo de
la personalidad humana ya que provoca un enriquecimiento estético y favorece al
desarrollo del optimismo y el bienestar personal. Desde la antigua Grecia, la
música se consideraba ligada al orden, la armonía, la proporción y el
equilibrio y, por lo tanto, un complemento ideal para el hombre, que genera
experiencias estéticas, que tan necesarias son para el ser humano. Sin embargo,
dicha valoración estética tiene su contrapartida cuando la música, lejos de
contribuir a la cohesión socio-cultural de la persona, lo divide, lo aliena e
impide reconocerse como ser humano, aniquilando todo control de autodominio y
toda regla de convivencia social; vendría a ser como un alucinógeno[6].
La música es entonces un recurso educativo cuando se propone promover el
crecimiento de la persona, no su destrucción; de aquí el carácter eminentemente
ético de la música.
Así, pues, la música ocupa un lugar de privilegio en el ser humano, y ofrece posibilidades muy amplias de crecimiento para la persona. Desde esta plataforma humana, iremos viendo algunas de estas dimensiones en las que la música potencia la vida integral del ser humano, e iremos describiendo de qué manera puede ser tomada en
cuenta en la vida de cada día, para que efectivamente se convierta en una acompañante "pedagoga", con la que sin duda Dios también cuenta para acercarte a lo que Él sueña de ti y contigo.
Samuel
[1] BRELET G., El tiempo
musical, PUF, París 1949, 1.
[2] LEIVA M. – MATÉS M., “La
educación musical: algo imprescindible”, 4.
[3] GONZÁLEZ L., Música,
canción y pedagogía, Don Bosco, Barcelona 1980, 38.
[4] Cf. ROWELL L., Introducción a la Filosofía de la música, Gedisa,
Barcelona 1996, 13.
[5] Cf. ZAMACOIS J., Temas
de Estética y de la Historia de la música, Labor, Barcelona 19752,
226.
[6] Cf. MONTERO P., “Música,
jóvenes y ‘experiencia religiosa’” en Misión Joven 221 (1995) 18-19.
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