¡Fiesta sin música, no es fiesta!

“Una casa sin música es como un cuerpo sin alma”
-Juan Bosco-

     Es propio de las culturas, en unas más que otras, las distintas manifestaciones festivas de los grupos humanos ante cualquier realidad. Así, en la actividad festiva y en el espíritu alegre, el hombre desdramatiza más fácilmente, se libera de la opresión del sistema de vida imperante, relativizando ese orden vigente y los principios que sostienen un ordenamiento riguroso de la vida.

        Fiesta y alegría se complementan, por cuanto es en la alegría donde se percibe el sentimiento del goce y de la felicidad, que supone un gran enriquecimiento de la intimidad y se manifiesta exteriormente en el gesto del darse, del cantar, del abrirse y del abrazar[1]. El espíritu alegre está abierto hacia el mundo en el que se vive con gran  disposición de acogida, de comprensión y de intercambio. El hombre alegre sabe complacerse y se complace en los hombres, en las cosas, en los valores y en los acontecimientos. La alegría es uno de los medios más eficaces para mantener la salud mental, el equilibrio emocional y la buena relación interpersonal.


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     La dimensión festiva de la música se encuentra muy ligada a la dimensión lúdica, por sus características; se ha querido distinguir explícitamente una de otra para hacer resaltar la importancia de la fiesta como elemento que dispone al ser humano a expresar la gratitud y la alegría de vivir. Además, “cuando la dimensión lúdica se vuelve social, recuperando y celebrando tradiciones y folklore”[2] se ha de convertir en dimensión festiva.

         Las fiestas son los grandes acontecimientos, principalmente musicales, esenciales en la vida del hombre. La música forma parte de la dimensión festiva del ser humano, poniéndose de manifiesto en las tradiciones festivas de los pueblos y culturas: en formas de pasacalles, de bailes, de conciertos; todas éstas son manifestaciones que expresan la alegría, el contento y el placer de la comunidad, y están siempre presentes constituyendo el elemento aglutinador e integrador de los eventos. A este respecto, Arantxa Lorenzo comenta que “la música hace más distendido el ambiente, facilitando de esta forma la comunicación social y el encuentro. Adicionalmente, todo ello deja imborrables huellas en nosotros que pueden ser rememoradas gracias al potencial evocador que la música posee”[3].

     Quiero nuevamente hacer alusión a la pedagogía de Juan Bosco, para quien la fiesta es imprescindible, un modo de vivir que supo asumir como herencia de una cultura. También, “los jóvenes que llegaban a Valdocco o a Mornese se sentían inmediatamente envueltos en un ambiente de espontaneidad, de alegría y de fiesta, que cautivaba a todos”[4].  De este modo, la alegría y la fiesta son el rostro concreto de la Espiritualidad Juvenil Salesiana. Más que acontecimientos culturales y religiosos importantes para la vida de los pueblos, la fiesta es una actitud ante la vida. De igual modo, los días festivos eran de gran importancia y se vivían con gran intensidad; por ello, a la actividad del Oratorio, Juan Bosco le coloca el calificativo de festivo: “Las reuniones tenían lugar los días festivos, es decir los domingos y los días de fiesta (un breve pontificio de 9 de noviembre de 1814 había restablecido las fiestas religiosas de precepto, que subían a unas veinte). Según el método de Don Bosco, dichas reuniones comprendían una parte recreativa y una parte religiosa. Excursiones, juegos y cantos constituían la necesaria distensión para estos jóvenes”[5]

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         Ahora, si bien la fiesta implica distensión, también supone una clara cordura y prudencia. Un episodio en la vida de Juan Bosco, todavía seminarista, nos ayuda a ilustrar sobre la fiesta y el buen juicio. El mismo santo comenta:

“Fui, pues, para no disgustar al párroco, que tanto me quería, pero de mala gana, porque sabía que en el bullicio y en los grandes festines siempre hay peligro de ofender a Dios. Asistí a las funciones de la capilla, fui a la comida: vi todo lo que se acostumbra hacer en semejantes fiestas; pero para mí aquél fue un día de disgusto.
   Mi párroco se dio cuenta de ello y, al volver a casa, me preguntó por qué en un día de alegría general me había mostrado yo tan retraído y pensativo. Respondí con toda sinceridad que la función, celebrada por la mañana en la iglesia no concordaba ni en género, ni en número, ni en caso con lo de la tarde. -Es más, añadí: el haber visto sacerdotes haciendo el bufón en medio de los convidados, y un tanto alegrillos por el vino, casi ha hecho nacer en mí aversión hacia la vocación”[6].

           Otro pasaje de las Memorias Biográficas que narra la postura de Juan Bosco frente a la fiesta, sobre todo en su carácter profano, y que es emblemático para reconocer la visión educativa de la música es el siguiente:

“Habiendo de celebrar la fiesta de san Bartolomé, fui invitado por otro tío mío... a asistir con el fin de ayudar a las funciones sagradas, cantar y tocar el violín, que había sido para mí un instrumento muy querido, y que ya había abandonado. En la iglesia todo anduvo bien. La comida era en casa de mi tío, prioste de la fiesta, y hasta entonces no había ocurrido nada de particular... Terminada la comida, los comensales me invitaron a ejecutar alguna pieza a título de pasatiempo. Me negué. Ellos insistieron en que querían oír alguna pieza de mi mano maestra. Respondí que habia dejado en casa el violín y allí no tenía a mano ninguno. Uno de los comensales saltó diciendo: -Esto tiene pronto remedio; en el pueblo, fulano tiene un violín; voy por él y podrás tocar. -Y como un relámpago fue y volvió con el violín. Yo quería todavía excusarme. Pero un músico que allí había dijo: -Por lo menos, acompáñeme usted. Yo tocaré la primera voz y usted haga la segunda. -¡Desgraciado de mí! no supe rehusar y me puse a tocar. Toqué un buen rato, hasta que oí un cuchicheo y ritmo de pies que indicaba gente en movimiento. Me acerqué a la ventana y contemplé un buen grupo de personas en el patio bailando alegremente al son de mi violín. Imposible expresar con palabras el enfado que me invadió en aquel momento. Cómo, -dije a los comensales-, yo, que grito siempre contra estos espectáculos, tengo que convertirme en su promotor? Esto no se volverá a repetir. - Entregué el violín. Fui a mi casa, e hice mil pedazos el mío. Y no me serví más de este instrumento, aun cuando se presentaron ocasiones, y oportunidades en las funciones sagradas. Había hecho promesa formal y la cumplí. Más tarde enseñé a otros a tocar este instrumento, pero sin tomarlo yo en mis manos”[7].

De acuerdo con esta posición frente a la música como medio motivador, evocador y generador de un clima festivo, es menester resaltar de qué modo debe presentarse la música dentro de las festividades culturales y religiosas con los jóvenes con quienes se trabaja.

En primer lugar, es interesante el carácter educativo permanente que pueden aportar las fiestas y celebraciones, sean cuales fueren. Este pedagogo tuvo muy presente el hecho de que no siempre la fiesta favorece a la persona como ser integrado, sino que puede correr el peligro de convertirse en un acontecimiento deshumanizador. En tal sentido, la dimensión celebrativa posee un matiz de gozo y de alegría sana, educativa e integradora. La música como expresión de la alegría de vivir y de compartir la vida plenamente, de alejarse del mal y de alabar al Creador, es el tinte festivo para favorecer una espiritualidad juvenil, que sin duda Dios propone a los jóvenes, desde el atractivo de un ambiente festivo.

Resultado de imagen de MUSICA Y FIESTALa música como elemento ambientador de fiestas y celebraciones ofrece un poder y una magia inigualables; así, fiesta sin música no es tal. Ahora bien, cabe preguntarse de qué manera debe ser utilizada la música dentro de celebraciones y fiestas para que logre su cometido educativo. Queda claro que no en todos los casos la música es un medio educativo y coadyuvante de los procesos psicológicos, sociales y religiosos de los jóvenes. En este sentido, se reconocen, dentro del elemento musical en su dimensión festiva, ciertas pautas que deben ser consideradas para la plena realización ambiental educativa de la música dentro de la vida juvenil.

Es necesario, en primer lugar, distinguir entre las celebraciones y fiestas religiosas y las “profanas” o no religiosas, lo cual nos ayuda a establecer criterios. Las primeras, -las celebraciones y fiestas religiosas-, son todas aquellas generalmente de índole popular,  que se suscitan en torno a una figura religiosa, como un momento celebrativo específicamente evocador. La música dentro de estas celebridades juega un papel importantísimo de ambientación, de generadora de experiencias religiosas. Por lo tanto, todo su estilo, su ritmo, su intensidad y armonía deben dirigirse a la creación de un ambiente celebrativo, pero sin olvidar su carácter primeramente religioso.

En el caso de las fiestas profanas, el elemento educativo tiende a minusvalorarse, por la distensión muchas veces impulsiva que la fiesta implica, sobre todo en el mundo juvenil. Sin embargo, la música como medio educativo dentro de estas celebraciones también tiene mucho qué decir, no sólo por las letras y poesías que acompañan las melodías de estos cantos, sino porque muchos de estos estilos y géneros musicales suscitan sensaciones que muchas veces despersonalizan y que, lejos de educar, incitan a la violencia explícita, al consumo desmedido del alcohol y de las drogas, al suicidio como solución y al desenfreno sexual. Esto se debe a que “los sujetos suelen reaccionar similarmente al carácter convencional de la música, ya sea alegre, triste, excitante, sedante, etc.”[8].
Resultado de imagen de MUSICA Y FIESTADentro de la dimensión festiva de la música, el ritmo es determinante en la creación del ambiente de fiesta y celebración, puesto que éste tiene como principal objetivo el de desarrollar o aumentar la destreza en dos reflejos básicos del cuerpo humano, que son la incitación y la inhibición. El ritmo establece un compromiso entre la fuerza y la resistencia a nivel muscular; en tal sentido, la fuerza es la incitación y la resistencia la inhibición. Todo esto para argumentar que la música en su ritmo es la que determinará en gran medida el ambiente de fiesta, por su poder motivador al movimiento[9].

Ahora bien, un elemento que debe evaluarse es el uso de la música en las festividades, religiosas o no, debido a que muchas veces se seleccionan estilos musicales que, si bien son atractivos a los jóvenes, no siempre expresan mensajes positivos y humanizantes. Conformarse con el criterio de que es agradable a los jóvenes, sin tomar en consideración el daño subliminal o implícito que pudiese causar en ellos, sobre todo en aquellos con una personalidad más débil o problemática, es desestimar el elemento orientador que posee la música.

Resulta, pues, muy interesante el impresionante poder que posee la música en la vida ordinaria, y su clara influencia, más o menos directa, en nuestros comportamientos cotidianos. Para los padres y madres, para los educadores y asesores personales, es importante afinar la presencia de la música en nuestros hijos, alumnos o asesorados, no sólo para generar experiencias saludables con la música, sino para potenciar su incidencia positiva en la vida integral, tanto a nivel físico, como afectivo, social, intelectual y espiritual.

Hasta la próxima!

Samuel Pérez Ayala


[1] Cf. MERINO A., “Humanismo Franciscano”, 42-43.
[2] AA.VV., “Capacidades para el desarrollo en la educación de personas adultas”, 4.
[3] LORENZO A., “La música como vivencia de ocio: un camino hacia el desarrollo personal”, 5.
[4] DICASTERIOS DE LA PASTORAL JUVENIL FMA-SDB, Espiritualidad Juvenil Salesiana...
          12.
[5] WIRTH M., Don Bosco y los Salesianos, Don Bosco, Barcelona 1971, 32. 
[6] MB I, 302.
[7] MB I, 339.
[8] ORTIZ M., Música, educación, desarrollo, Monte Ávila, Caracas 1997, 34-35.
[9] Cf. ORTIZ M., Música, educación, desarrollo...., 117.

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