A mis "Peregrinos de la Esperanza"

¡Hola a todos!
!Feliz y especialísima Pascua de Resurreción!
¡Verdaderamente ha resucitado el Señor! No sólo porque la tumba sigue vacía hasta hoy, sino porque Jesús mismo en persona se apareció a los que antes le habían visto, lo habían conocido, habían comido con Él; habían paseado, pescado, sonreído y disfrutado la alegría de estar juntos... y el desgarre de verlo clavado en una Cruz. 
¡Vive! No sólo es nuestra Esperanza, sino la certeza honda de quien confía. 
Hoy quiero dar gracias infinitas al Señor Resucitado por la vida de tantos y tantos de mi barrio que han espabilado el oído y han abierto el corazón. Ante esta dificultad de la pandemia, para muchos es sólo eso, una dificultad. ¿Has pensado en que muchos vienen pasando auténticas tragedias de pérdidas, exilios, hambre, soledad, sinsentido...? ¿No has pensado que esta pandemia, por muy dura que esté siendo, está poniendo en evidencia nuestras luces y nuestras sombras, como ordenando las cosas, como haciendo patente una realidad que está allí desde siempre, tocando a tu puerta y ante la cual nos hacemos los locos? Sí, por muy trágico que te resulte el estar encerrado, te recuerdo que hay quien no tiene hogar, y no lo ha tenido desde mucho antes de la pandemia. Hay gente que no tiene empleo, y desde antes de la pandemia. Hay gente que sufre la atroz soledad cada día de su vida, el sinsentido en cada gramo de marihuana que consume en nuestras narices. Hay gente que ya era mayor cuando había sido "abandonada" a su suerte desde antes de que esto se desatara. Hay migrantes y refugiados que hoy sufren como nunca el hambre y la incertidumbre, desde antes de la pandemia. ¡Y así una a una las caras dolorosas que han existido desde antes del 13 de marzo!
El Covid-19 y su terror ha destapado lo que somos como sociedad, con sus grandes luces y también con la quietud y la comodidad de sus sombras. 
Hoy hablemos de las luces: las que alumbran a los hospitales entre batas blancas; antorchas, en quienes siguen en los supermercados, en los servicios de seguridad y demás servicios públicos; velas encendidas, en los docentes que continúan educando en la distancia; llamas encendidas de los padres y madres que hoy tienen "demasiado tiempo" con sus hijos (quizás la oportunidad para recuperar lo perdido). Cirios de sacerdotes que siguen dando su vida para acompañar a la gente en su sanidad integral, en la escucha y el encuentro con la Palabra, sea en celebraciones litúrgicas y sacramentos, sea entre oraciones comunes compartidas. Velas encendidas de monjas de conventos, abuelas de residencias, fábricas de otros rubros, que hoy ofrecen sus manos y su materia prima para elaborar lo necesario para seguir cuidando y sanando. 
Y, entre tantas y tantas personas, aquellos a quienes hoy dedico estas líneas, que mantienen aquella llama tenue de la Caridad que nunca duerme para seguir alimentando al hambriento, vistiendo al desnudo, acogiendo al forastero. 
Hoy quiero recordar especialmente a mis parroquianos que han seguido abriendo nuestra casa para acoger y acompañar a nuestros vecinos del barrio, muchos de ellos con la "impronta" de la migración. ¡Sello que duele y que se sufre! Muchas veces entre el silencio y la paciencia de quien confía en una patria nueva, de quien pone todo lo que tiene en manos de Dios y que, fiándose aún sin verlo todo claro, sabe que le espera una tierra que mana leche y miel, para él y para su familia. Pueblo de Dios en marcha, peregrinos incansables que no sólo se saben bendecidos por Dios, sino retados a acoger como una vez fueron acogidos. 
Hoy mi "gracias" inmenso es para mis hermanos y hermanas de la Hospitalidad de Cristo Rey, mis Peregrinos de la Esperanza, quienes ponen fuerzas, cualidades, salud y tiempo para hacer que otros tengan vida. ¡Qué regalo tan grande nos ha dado el Señor con su presencia en la parroquia! ¡Han venido a darle vida y sentido a una comunidad envejecida bajo el peso de los años y de los "estigmas" inamovibles del "siempre se ha hecho así"! Han venido a tambalear nuestros esquemas y a reavivar nuestra comunidad. Han venido a recordarnos que es al mismo Señor a quien acogemos cuando acogemos a cada hermano que sufre. Han venido a ayudarnos a todos a mirar al cielo de nuevo, sabiendo de dónde sacamos las fuerzas para seguir adelante, caminando con ilusión, esperanza y alegría, aunque deambulemos. 
Caminantes confiados, peregrinos de la esperanza, a cada uno de ustedes la mayor bendición que sale de mi corazón agradecido. 
"Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis?" (Is 43, 19)
Pronto nos veremos de nuevo para abrazarnos con abrazos duraderos y carcajadas, para que nos sigan echando de los bares del barrio por el ruido de nuestras risas, para seguir celebrando la vida recibida a pesar de nuestros éxodos particulares y nuestras historias heridas. 
Son para el barrio presencia que borra las fronteras de las banderas, de los prejuicios, de los resquemores y la desconfianza. Forasteros que nos recuerdan lo que significa la entrañable misericordia de nuestro Dios. 
Rezo cada día por cada uno, mis amados hijos-hermanos-amigos, pidiéndole al Señor Resucitado que abra las sendas que aún no vemos, porque Él obra de maneras insospechadas e incomprensibles para nosotros. Él abrirá nuestros caminos donde no lo vemos claro, y los surcará con nosotros. 
En mis hermanos de Cristo Rey, me brota un recuerdo agradecido por todos los voluntarios de ONG's, asociaciones vecinales (de "iglesia" o no) y grupos de apostolado que siguen haciendo que la caridad nunca duerma, y se mantenga viva en los entornos vulnerables y periferias. 
Con el amor paterno-fraterno de un curita que camina con ustedes mientras cantamos, y que lo hará hasta que el Señor le robe el aliento. 

Comentarios

  1. Preciosa carta y reflexión. Infinitas gracias al Señor por tu vida,por tu servicio y acompañamiento,antes, durante y estoy segura que después de esta pandemia. Ánimo y adelante!!
    Si el Señor está con nosotros, quién contra nosotros?

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