Para la vida del mundo


En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo»
(Jn 6, 41-51)

Como hemos dicho la semana pasada, durante estos domingos estaremos escuchando en la liturgia dominical el discurso del Pan de Vida, en el que Jesús se ofrece a sí mismo como alimento, sobrepasando cualquier pronóstico, -desconcertante y escandaloso- de confusión y controversia, bien con las autoridades judías o con sus paisanos. 

En esta ocasión, presenciamos la normal crítica que supone el que este vecino de Nazaret, -a quien habían visto crecer, jugar, trabajar y saludar montones de veces,- hoy se autorrevela como Pan de Vida eterna, superando incluso el tan preciado maná que dio Yahvé al antiguo pueblo de Israel en medio del desierto. ¡Qué osado se nos presenta hoy Jesús! Y habla sin ningún miramiento y discreción ante lo ya establecido, estructurado y más que asumido por tradición. Además, para más inri, en estas palabras de Jesús se expresa una relación tan íntima con el Padre, que es recíproca. Es el Padre quien revela al Hijo, siendo que estábamos acostumbrados a escuchar del mismo Jesús justo lo contrario, asumiéndose como el Camino para llegar al Padre. 

Pan que se nos muestra como Dios hecho carne para la vida del mundo, y cuya promesa es la vida eterna. Tal y como ha sucedido también con la mujer samaritana que clama: "dame de esa agua", también los suyos han de exclamar con esperanza y a gritos: "danos de ese Pan". Y estas respuestas obedecen a una razón muy simple como profunda: tú y yo, todos hemos sido creados para una vida eterna, hemos sido hechos para la eternidad, pero no desde cualquier sucedáneo disfrazado de promesa que jamás se cumplirá, (por más botox, maquillaje y tratamientos que quieras aplicar a tu destinada fragilidad corporal), sino para la eternidad verdadera que sólo el Eterno puede ofrecer. 

Una vida plena que en Jesús se anticipa con su Resurrección, y que se actualiza en cada Eucaristía, en cada gesto de misericordia, en cada milagro de solidaridad, en cada palabra de amor, en cada mirada compasiva. Una eternidad que supera cualquier expectativa llena de trivialidad y superficialidad. Una Vida Eterna que contraría a las eternidades paradójicamente pasajeras de las que somos tan esclavos y que nos mantienen ideologizados (y a veces idiotizados). Esas eternidades que se autoexhiben como "banderas de redención" en la inmediatez, el placer sensible y la imagen falsificada y aparente. 

Por eso, cuánta razón tenía San Agustín al exclamar con lágrimas en los ojos y alegría en el corazón: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti". El mismo que, arrepentido, suspiraba al Señor: "Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva. ¡Tarde te amé! Y ves que Tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste". 

Que no se haga tarde para ti, hermano mío, hermana mía. Pídele al Padre que te dé la Gracia de ser atraído con correas de amor (cf. Os 11,4), tal y como sólo Él puede hacerlo, para revelarnos el tesoro más grande de su corazón compasivo: su Hijo amado, Jesucristo, nuestro Pan de Vida que se nos da  "para la vida del mundo". 

Feliz domingo, caminantes. 

P. Samuel 

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