¡Busca ser mejor que ayer, no mejor que nadie!


Les debo confesar, queridos lectores, que estas semanas que llevo celebrando las primeras comuniones de nuestros parroquianitos me lleva de cabeza y con sentimientos encontrados. Por un lado (y es el lado que, a todas estas, gana), qué gran ilusión me hace el ver a los chicos tan contentos en el día de su primer encuentro con su amigo Jesús en la Eucaristía; esto me llena de mucha esperanza al sólo contemplarlo. Por otro lado, confieso que me agobia todo este tema sanitario, el desgaste de energía por intentar complacer a todos los familiares con la logística, el número de aforo permitido, y un largo etc. "¿Por qué solamente 15 familiares, si en la familia somos 75?" "Por qué nos debemos sentar aquí, y ellos allá?" "¿Por qué a nosotros sí y a ellos no?"... 

Además de una superficialidad tan reprochable a la que sometemos injustamente a nuestros niños comulgantes, me da mucha pena el que vamos directo al abismo de la egolatría (si es que ya no estamos en él desde hace rato) ¡Qué más da si es el hambre en el mundo o la pandemia que nos está matando poco a poco! ¡Nos gana la envidia, la hipocresía, la soberbia y las comparaciones tontas! 

Estamos empeñados en no vivir la vida, sino en que la vida "nos viva" a nosotros, como tontos con matrícula de honor. Tenemos tan poca autoestima y seriedad que hacemos las cosas por buscar medallas; y, peor aun, las hacemos para llegar los primeros, para humillar al otro, para ir con ventaja. Poco importan realmente los demás si no son más que  "obstáculos" que arruinan mi camino individual y mi ambición de llegar primero. Al final, tendremos que afirmar con razón la espeluznante conclusión de Thomas Hobbes: "Homo homini lupus" (El hombre es lobo para el hombre). 

¡Cuánto contrasta nuestra lógica con la propuesta de Dios para sus hijos! Para Él no hay primeras posiciones ni lugares dentro de su corazón. La lógica de su bondad no tiene nada que ver con nuestra lógica ensimismada y envidiosa, de mirada corta, ruin y empobrecida. 

Me costaría entender a una madre que compare a un hijo con otro, todavía no he conocido a ninguna que anteponga la comparación a su amor de madre. ¡Porque algo llevan nuestras madres de Dios, que siguen su lógica de la bondad tan distinta a la visión de los hijos, que miramos por nosotros mismos y por nuestro interés! ¡Con altivez, mirada presumida e ínfulas de persona intachable, vamos por la vida viviendo de la mentira, del autoengaño y la apariencia, aunque sepamos que esto nos lleva a la perdición de la vanidad! ¡Pero nos da igual! ¡A vivir del cuento! 

Si tan solo pensásemos por un minuto que los planes iniciales de Dios iban mucho más allá de lo aparente. Si mirásemos por un segundo que en el fondo de nuestro interior está la clave de la felicidad más allá de nuestros placeres y sucedáneos. Si entendiésemos la lógica de nuestro Hacedor, quien "sale a la plaza" a darnos la oportunidad de ser y hacer lo debido, con la sola esperanza de la plenitud, a cada uno según lo acordado, da igual si a unos da más o a otros menos. Dios da a cada uno según lo que cada uno necesita, sin comparativos y sin posiciones. Porque para Él el "recién llegado" es tan hijo como "el de toda la vida". 

Haz tu camino, espera en la bondad de Dios, y no pretendas ser hoy mejor que nadie. 
¡Mejor busca ser hoy mejor que ayer!

Hasta la próxima, seguimos caminando juntos mientras cantamos. 

(N.B.: para que te sirvan de algo mis palabras, te recomiendo leas la Parábola del propietario de la Viña. Así todo hará "clic" en ti y quizás puedas hacer un nuevo camino a partir de hoy, con Dios) 


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