¡La familia no se toca!

¡Feliz Navidad! 

Espero estés viviendo al máximo estos momentos tan particulares, aprovechándolos para construir lo que esperas, acompañado y con manta. 

Hoy contemplamos con más calma el nacimiento de Jesús, ya envueltico en pañales, en un ambiente sobrecogedor de silencio y contemplación, junto a María un poco cansadita, José juntando la leña para mantener el fuego, una mula y un buey recostados en silencio mientras dan algo de calor al lugar, y alguno que otro animalito más rondando. Un momento entrañable, que nos invita a mirar dentro, a lo esencial de nuestra vida, a lo que más cuenta, a lo que más nos cuesta... 

Me resulta abrasadora una afirmación que parece tan simple: ¡Dios nos ama tanto que quiso tener una familia! Nacer, crecer, ser educado y arropado al calor de un hogar. ¡Se dice fácil! Pero esta realidad que asume Dios para sí como algo propio es, por eso, espacio, ámbito y lugar de humanización y divinización. 

Esta singular familia (bastante "disfuncional", por cierto), es Sagrada no por "correcta en sus formas", ni por guapos en su estética. Es Sagrada por perfecta en el amor, por unida en lo más entrañable: Dios mismo. No por ajustada a los parámetros aceptados por una sociedad (¿¡qué más "incorrecta" y "desajustada" que la familia de Jesús!?). 

Por eso, esta verdad nos sitúa ante la mirada compasiva de nuestras heridas y fracasos familiares, de nuestras incomprensiones y locura de algunos de nuestros vínculos y afectos parentales. Mirarnos desde el hogar de Nazaret nos reconcilia con nosotros mismos, con nuestra historia, con nuestras experiencias de familia, quien más quien menos, desde el encuentro o la ruptura, desde la unidad o el conflicto, desde lo más puro o lo más perdido. Cada uno en lo que le ha tocado vivir se comprende a sí mismo desde el pesebre y su historia. Por eso, agradecer la familia donde Dios te ha puesto y valorarla como la tuya, (no la mejor pero sí la tuya, y la que no reemplazarías por nada), es hoy una llamada importante para reconciliarte contigo mismo y los tuyos, mirándote en el espejo de Nazaret.   

La de Nazaret es Familia Sagrada porque, por sobre todas las cosas, está el Amor al centro, envuelto en pañales. Es terruño que invita a reconocernos con gratitud, mirarnos con más ternura, sentirnos posada que disfruta del estar juntos. 

No es momento para elucrubar ni valorar lo correcto o no de los modelos familiares, tan múltiples y variados, ni es tiempo de sentarnos a condenar, cual jueces, aquello que "es" de lo que "no es" ser familia, de acuerdo a parámetros socioculturales aceptables. Lo importante ahora es reconocer que, por encima de todo, es constitutivamente humano el ser, vivir y sentirse necesitado de tener una familia, y de experimentar el calor del hogar. ¡Esto es lo auténticamente humano, y es a esto a lo que nos invita la Sagrada Familia de Nazaret!

Ser familia, sentirnos familia, es reconocer (en consciencia o no de ello) la presencia de la Comunión como una realidad divina, que llevamos dentro y a la que estamos llamados todos. De allí lo importante de valorarla, protegerla, amarla en la vida de los más vulnerables, sobre todo de nuestros ancianos y de los que vienen en camino. Por eso, ¡la familia no se toca!

Si debemos poner un slogan al día de hoy, sería: "Toda familia es sagrada", ya a priori, como don precioso, porque "sagrados" nos ha hecho Dios a cada uno. Pero también la familia es tarea pendiente, edificio por construir, deber por hacer, siempre desde la apertura a la vida, la actitud agradecida y la prueba del amor entregado. Porque, donde hay vida está Dios, y Él quiso habitar en nuestro hogar. 

Nos vemos pronto, en el camino mientras cantamos. 

(Perdona lo tarde de esta entrega, pero esta reflexión misteriosamente desapareció de mi blog y me tocó rehacerla. Un abrazo)

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