¡También mañana, Dios será Dios!

Ahora, justo en esta realidad que después de meses nos está generando un gran hastío y desesperación, llega un tiempo precioso que llamamos ADVIENTO, con el que nos preparamos para agradecer, celebrar y esperar: 
Agradecer que en Jesús, Dios hecho hombre, el Dios-con-nosotros, se cumplen todas las promesas. Celebrar que nuestro Dios sigue caminando con nosotros, sigue obrando milagros, sigue sosteniendo nuestro mundo que parece caerse a pedazos. 
Esperar que nosotros, junto a toda la creación, seremos redimidos, restaurados, salvados. 

Así de loco de amor, así de "loco Amor" es nuestro Dios, que nos mueve por su Espíritu haciendo que nos podamos vestir de primavera en pleno invierno, invitándonos a sonreír en los momentos más tristes, y enseñándonos a bailar bajo plena tormenta. Basta con empezar a cambiar nuestra mirada desesperante y desesperanzada (¡se dice fácil!), por una mirada que se abandona al Creador, y que confía sabiendo de quién se ha fiado. 

El Adviento es, pues, momento de despertar y velar, contemplando cada acontecimiento de nuestra vida como oportunidad grandiosa de salvación y Gracia. Pero también es saber reconocer que somos de barro, que vivimos secos, rotos, sedientos. Se acabaron los tiempos de los espejismos, del creernos autosuficientes, de pensar que "me basto a mí mismo", del mirarnos el ombligo para regodearnos en nuestro complejo de omnipotencia. ¡Y el dejar estos lastres nos resulta tan complejo...! ¡Es como dejarnos a nosotros mismos! Lo grandioso de andar el camino "dejando los pedazos" de nuestro ego, es que nuestro Dios no permite que nos quedemos vacíos, es la ocasión para su inhabitación, para su venida, para el encuentro con Él. Y, dejándonos habitar, somos más nosotros mismos. Es el milagro de la humanización de Dios, y de la divinización del ser humano, sólo posible en su Encarnación, porque entendemos que solamente un Dios que es humano puede salvarnos de nuestras miserias y poquedades. 

Por eso, además de velar despiertos, es tiempo de crecer en humildad y descalzarnos, hasta que nuestra voz grite con el profeta Isaías: "¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!" A ese grito sólo llega quien se reconoce contingente y pequeño, limitado y de barro. 

Finalmente, este tiempo, lejos de derrotarnos, es una gran oportunidad para crecer en una esperanza esperanzada (no resignada, vamos, para que nos entendamos, porque también hay esperanzas desesperantes y desesperanzadas). Nuestra esperanza no debe generarnos angustia y desasosiego, porque "nuestra Esperanza no defrauda", llega, no a nuestro tiempo ni capricho, pero llega. Y, a final de cuentas, ¿sabes qué? También mañana Dios será Dios, y esto nos da una inmensa alegría y paz. 

Así que, respiremos hondo, miremos con optimismo, aprendamos la paciencia, y, recordemos, en tres frases: 
1. Mantente despierto, no te anestesies. 
2. Descubre tus grietas y reconócelas delante de tu Hacedor.
3. Vive alegre, con esperanza confiada. 
Porque, sí, también mañana, Dios será Dios. 

Te dejo una canción para que te sirva en este tiempo. Pincha: Contra toda esperanza

¡Espero contigo, mientras cantamos!

Comentarios

  1. Me gusta lo de... "También mañana, Dios será Dios" dice mucho en muy pocas palabras

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