¡Contigo, Don Bosco!

Dejo hablar a mi corazón, y pasan por él personas y momentos inolvidables, irrenunciables. Mi uso de razón, mis imágenes más recientes, siempre han estado teñidas de tu semblante, de tu mirada de padre, de tu abrazo acogedor y tierno. Desde cuando, recién andando, me escondía en las estanterías de los salones de clase de mi colegio (que por aquellos años aun no era mi colegio, sino el trabajo de mamá), hasta el día de hoy, en el que cada pequeño, cada detalle y cada joven alegre despierta mi filiación, padre de mi alma. 

Te confieso que me cuesta todavía hoy pronunciar tu nombre sin que se me atraviese el nudo intruso en mi garganta, porque me cuesta prescindir de ti y salir de casa. Toda mi vida se comprende desde tu compañía segura y tu tierna paciencia. Toda mi existencia, mi ilusión más honda, mis certezas y misión se han tejido contigo, por ti. 

Contigo, padre mío, que me señalaste a Jesús como el Camino, que me miraste desde chico entre tus patios cotidianos y la capilla, entre los juegos y las risas. Contigo, que me enseñaste el sendero de la vida en una vocación a la entrega sin medida, a una lucha permanente por amar lo que no es amado, por amar desde el Amor operativo, por amar con "amorevolezza" y gratitud. 

La vida que he decidido contigo me ha hecho lo que soy; la vida que he descubierto sin ti me ha remitido de nuevo a tu encuentro, como a casa segura, como a patio abierto, como a mi escuela de vida, como a la Iglesia, esa que hoy es nuestra Esposa, la tuya y la mía. Amado padre, después de tantos años y tan intacto este amor filial, este corazón agradecido, esta pasión por Dios y por la humanidad que ha crecido en mí mientras has estado a mi lado. ¡Conmigo! 

Hoy reitero lo que siempre te digo, con amor de hijo, del hijo que se fue y volvió, del niño que nació con tu música, creció en tu oratorio y hoy se vive vocacionado y amado en el sacerdocio que compartimos, como dos enamorados del mismo Amor, como dos hijos amados de la misma Madre, como dos apasionados de la esperanza que cree en el joven. Hoy, desde la casa de al lado, y aun extrañando tu sonrisa acogedora y tus brazos abiertos, te digo que te prometo ser siempre feliz, como has querido verme, "en el tiempo y en la eternidad". Y te aseguro que contigo, Don Bosco, sigo y seguiré peregrinando, creciendo en la caridad de Buen Pastor, siendo contemplativo en la acción, amando con el amor puro y filial a la que nos Auxilia, con fidelidad a los Pastores que el Señor me ponga, yendo yo sin rehuir al trabajo. 

Hoy reitero que SIEMPRE - ALEGRE - CON CRISTO - EN LA IGLESIA - PARA EL MUNDO - COMO MARÍA, es el sentido más genuino, real y auténtico de mi vida bautismal y sacerdotal. Hoy, siendo un "no-fraile", sigo contigo, Don Bosco, haciendo consistir la santidad en vivir alegres. 
¡Gracias, mi viejo amado, gracias eternas! 

Tu hijo, 

P. Samuel, sacerdote diocesano "con Don Bosco". 

Comentarios

  1. Qué preciosidad de sentimientos de verdadera vocación sacerdotal. Gracias por compartirlos

    ResponderEliminar
  2. Uao que sublime y precioso tu sentimiento verdaderamente Santo,que alegría inspira leerte.Dios te bendiga

    ResponderEliminar

Publicar un comentario