"¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?..."

«No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que habita en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (Rm 7, 19-23)

¡Qué experiencia la de San Pablo! ¡Qué experiencia ésta de ser humanos! ¿Quién no ha sentido alguna vez en carne propia esa sensación de estar "poseído", de vivir en permanente lucha contra una fuerza interna inclinada al mal y al pecado? ¡Quien no lo haya experimentado quizás se ha quedado en la cuneta de la vida, en la orilla de su propia existencia, y en la superficialidad de su propia soberbia! Yo te confieso, querido amigo, que cada día me sé más impotente, más pequeño, más débil y, en esa misma proporción, más sediento del Agua Viva, más necesitado de la Gracia que me auxilia y conforta. Sin el Señor, no soy nada, sin su Presencia en mi vida me pierdo en el bucle de mi propio barro. ¡Es así, y no exagero! 

Si habiéndole encontrado vivimos esa experiencia, ¿qué será de aquel que se resiste? Es ésta la experiencia que viven en la Sinagoga con Jesús, durante varios sábados. "Poseídos" por la ley que esclaviza y oprime al ser humano, algunos escribas miraban escandalizados a un Jesús Maestro, que enseñaba con autoridad. Hoy, a estos poseídos se les encuentra en tantísimos sitios: quizás en los medios y entre las redes sociales, tal vez en los discursos huecos de tantos políticos y personeros de las plazas públicas y las cortes. Ideologías, fantasmas, heridas, soberbias disfrazadas de "buena intención", tradiciones, adicciones, estructuras sin sentido... y me atrevo a decir que a veces también algunos códigos religiosos deshumanizantes. 

No nos vendría mal a ninguno el hacernos esa pregunta: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?" ¡Qué curioso que hasta estos demonios reconocen la autoridad de Jesús! Pero Él no se detiene a enfrentarlos ni pierde su tiempo en luchar contra ellos. Sólo un mandato de autoridad, "¡cállate y sal de él!", hace estremecer al mal espíritu. Esa autoridad de quien vive con autenticidad el mandato del Amor incondicional y la mirada por los últimos y más desfavorecidos. Es el grito de quien endereza los caminos, abre los senderos y hace posible lo imposible. Es el grito de un Dios humano y personal, preocupado por nuestros sufrimientos y dolores. ¡Es el Dios de Jesús! 

Por eso todo cristiano está llamado a reconocer sus propios "demonios" disponiendo el corazón a la transformación radical que solamente Dios nos puede otorgar con su autoridad creadora, redentora, santificadora. Por eso, nuestra Iglesia no es más que una "tienda de campaña", tal y como nos lo dice el Espíritu en la voz del Papa Francisco, y todos somos "poseídos", necesitados de la misericordia y la compasión de un Dios que se inclina para levantar al herido. Busca dentro de ti cuáles podrían ser hoy esos "espíritus inmundos" que están rondando tu interior y carcomiendo el corazón, y disponte a escucharle y dejarte transformar por su presencia sanadora y purificadora. ¡Déjate encontrar por la Autoridad del Amor sin límites! ¡Y ahí comenzará una nueva historia! 

Dios nos bendiga. Un abrazo, hasta la siguiente entrega. 

P. Samuel 

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